Progresismo, política líquida
El término "progresismo" ha cobrado relevancia en el ámbito político y social, pudiendo observarse cambios en las corrientes ideológicas. Este movimiento que aboga por la mejora constante, la igualdad y derechos civiles, muestra otra realidad en el contexto latinoamericano. Para entender este fenómeno podemos recurrir a las teorías de Zygmunt Bauman sobre las tendencias políticas "líquidas" de la era postmoderna, a la luz de las cuales el progresismo representa una amenaza ideológica para la libertad y la sociedad.
La modernidad sólida como movimiento con estructuras y valores fijos dio paso a la modernidad líquida, donde todo es fluido, cambiante y desvinculado de instituciones sólidas y duraderas. En este contexto el progresismo se revela como movimiento que organiza un nuevo totalitarismo, presentándose como un impulso hacia la libertad absoluta. Sin embargo, esta libertad abstracta puede llevar al debilitamiento de las instituciones y valores que construyeron la libertad en Occidente.
Víctor Andrés Ponce, importante analista político, afirma que, “por dentro, el progresismo se convierte en un movimiento que organiza el nuevo totalitarismo postmoderno. El progresismo pregona la libertad absoluta, tal como los comunistas pregonaban el paraíso terrenal del comunismo.” Las ideologías políticas tradicionales, como el marxismo o liberalismo clásico, van perdiendo influencia, reemplazadas por formas más fluidas de pensamiento político, lo que lleva a una mayor fragmentación de la sociedad, dificultando la construcción de consensos y soluciones a los problemas sociales.
El progresismo cuestiona las instituciones y juicios morales que hicieron posible la evolución social y construcción de la libertad en la historia. Ello incluye a la familia, propiedad privada, los mercados y contratos, considerados como parte del orden espontáneo y natural de la sociedad. Al desafiar estos fundamentos, el progresismo puede generar una sociedad desvinculada de sus bases tradicionales, más propensa al control estatal y al poder despótico.
La influencia del progresismo en la política ha permeado en sectores de la sociedad que no se identifican necesariamente con la izquierda marxista tradicional. Esta corriente cuestiona los principios democráticos de las organizaciones políticas y se manifiesta a través de ONG’s, medios de comunicación y la academia. La guerra cultural y la guerra de comunicación son mecanismos clave para la promoción de esta ideología, buscando aniquilar moralmente a sus adversarios políticos, al controlar las narrativas.
El “Info War” o guerra de comunicaciones es una herramienta importante para la promoción y defensa de esta ideología. Muchos medios de comunicación han sido instrumentalizados por el progresismo para difundir sus relatos y ejercer influencia en la opinión pública. Pueden actuar como verdaderos comandos de aniquilamiento moral, al desacreditar y difamar a aquellos que se oponen a sus ideas y principios.
El progresismo no busca una forma de organización por la vía política regular; en su lugar, se enfoca en el poder a través de la academia, educación, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales de izquierda. Buscan controlar las instituciones con una narrativa cultural con la que promueven ideas para alcanzar sus objetivos políticos. Este modelo persigue un control jerarquizado, judicializando a sus adversarios para eliminar a la oposición y conservar el poder.
La estrategia del progresismo que busca el poder fuera de los procesos electorales tradicionales y controlar las instituciones plantea serias preocupaciones sobre el funcionamiento democrático. Por ello es necesario conocer cómo fluyen, se infiltran y adoptan formas distintas para controlar el poder político.
Autora Berit Knudsen @berit_knudsen