El embargo SÍ ha funcionado. Hace unos días el Comité de Asuntos Extranjeros de la Cámara de representantes de los Estados Unidos llevó a cabo una audiencia para discutir la reciente rebelión en Cuba.
Entre los invitados estuvo, además de nuestra admirada Rosa María Payá, el señor –¿debo decir compañero?– José Miguel Vivanco, director para la región de las Américas de la organización Human Rights Watch.
El verbo “to watch” en inglés es vigilar, pero es también mirar, como cuando miramos un filme con la cuba de papel encerado llena de palomitas de maíz, y la gaseosa bien fría a nuestro lado.
Parece que, con respecto a la situación de los derechos humanos en Cuba, el señor Vivanco se ha dedicado más a mirar que a vigilar. Lo digo porque en su deposición (valga la ambigüedad del término) ante el Comité de la Cámara, el señor Vivanco dedicó una buena parte de su tiempo a criticar el famoso embargo.
Así mismo como se los estoy contando.
Imagínense que un tipo robó en el banco del barrio y los banqueros decidieron no hacer más negocios con él.
Imagínense que durante años ese tipo se rio de los banqueros y prometió, absolutamente seguro de sí mismo, que algún día sería más rico que cualquier banco.
Imagínense que los años pasaron y que el tipo, lejos de enriquecerse, fue cada vez más pobre, llegó a tener cada vez más deudas y perdió su capacidad crediticia con el resto de los negocios del barrio.
Imagínense que ese tipo también se dedicaba a propinarle unas soberanas (valga una vez más la ambigüedad del término) palizas a su mujer y a sus hijos.
Un día, la familia del tipo decidió sublevarse contra tantos años de abuso y el barrio, en un gesto de solidaridad, decidió reunirse para decidir cómo ayudar a los apaleados.
A esa reunión llegó un mirador que después de relatar los pescozones, patadas, escupitajos, tiros y machetazos recibidos por la familia propuso que la solución para esos abusos era, nada más y nada menos, que los banqueros volvieran a hacer negocios con el abusador.
Algo así sucedió con la declaración del señor Vivanco frente al Comité de la Cámara de Representantes: después de decir lo que ya todos sabemos, o sea, que en Cuba se violan los derechos humanos de una forma brutal y descarada, el representante de Human Rights Watch se dedicó, sin que viniera al caso, a defender con ahínco la castrista idea de que para detener los abusos hay que quitar el embargo y empoderar aún más a los abusadores.
Los argumentos esgrimidos por el señor Vivanco fueron los lugares comunes de que el embargo no ha funcionado, que le permite al castrismo justificar sus abusos, y que ha aislado a los Estados Unidos en la arena internacional.
Como toda persona adoctrinada en la academia liberal estadounidense el señor Vivanco tiene una idea de Cuba, que probablemente solidificó durante sus estudios de maestría en Harvard, que está mucho más cerca de la propaganda del castrismo, y de la izquierda gringa, que de la realidad cubana.
Para empezar, cualquier cubano medianamente informado puede darle al señor Vivanco una lista de razones que explican por qué el tan cacareado embargo sí ha funcionado. Al vuelo, sin pensar mucho, se me ocurren las siguientes:
El embargo funcionó perfectamente para demostrar la estúpida ineficiencia económica de esa estafa criminal conocida como socialismo.
La esencia de las decisiones de los comunistas cubanos –con Fidel Castro como “poster boy”– que llevaron a la imposición del embargo, entre las que resalta el robo de propiedades cubanas y extranjeras, era la creencia absoluta en la superioridad económica del socialismo y el hecho, imaginado, de que en unos años los capitalistas suplicarían comerciar con Cuba.
El embargo funcionó perfectamente para que Cuba les costara a los soviéticos, y al campo socialista, más que un hijo bobo estudiando en Harvard. Gracias al embargo se vieron obligados a gastarse en Cuba millardos y millardos de dólares que nunca les sobraron y que, para poder gastarlos en su títere caribeño, tuvieron que dejar de hacerlo en áreas verdaderamente estratégicas de su economía, un error que terminó contribuyendo, quién lo duda, al descalabro final de la URSS y el campo socialista.
El embargo funcionó perfectamente para que Fidel Castro tuviera que tragarse su fanfarronería y se viera obligado, después de décadas diciendo lo contrario, a reconocer que el socialismo es tan superior desde el punto de vista económico que para sobrevivir necesita del comercio y los créditos del capitalismo.
El embargo funcionó para salvar una enorme cantidad de vidas a todo lo largo y ancho de este mundo; porque si algo enseña la historia cubana de los últimos sesenta años (la real, no la que enseñan en Harvard), es que cada vez que el castrismo tuvo algo medianamente parecido a una bonanza económica, la usó para sembrar odio, violencia y muerte en decenas de países.
El embargo funcionó en la creación temprana de toda una infraestructura legal encaminada a la persecución de delitos financieros. Una infraestructura que después fue utilizada en la lucha contra el narcotráfico castrista, contra el narcotráfico no castrista, y en la persecución de la trata de mujeres y el tráfico de niños.
El embargo ha funcionado perfectamente para poner en evidencia inobjetable el carácter anti democrático y pro dictatorial de la mal llamada Organización de Naciones Unidas. Un circo que ya estaba condenado a ser eso que es hoy cuando decidió acoger en su seno a la URSS de Stalin. El régimen que, en 1933, cuando los nazis llegaron al poder, ya había asesinado a más seres humanos que los que el nazismo asesinaría después. El mismo totalitarismo criminal que se repartió Europa con el nazismo, en el tratado Ribbentrop-Molotov, y que invadió Finlandia y asesinó, en Polonia, a decenas de miles de polacos en el bosque de Katyn.
Ya desde su surgimiento, bajo la égida de Alger Hiss, el agente de Stalin en las administraciones de Roosevelt y Truman, la mal llamada ONU estaba condenada a ser eso que es hoy: un fórum con más de la mitad de sus miembros clasificados como regímenes totalitarios o semi totalitarios, y un circo macabro en el que los despotismos de Cuba y Venezuela se sientan en su comisión de derechos humanos.
El embargo también ha funcionado para poner en evidencia la hipocresía de muchas naciones que se precian de ser democráticas, como España o Canadá, y que hablan en contra del embargo mientras sus compañías en Cuba explotan a los cubanos –gracias al totalitarismo castrista– de una forma tan inhumana que esos países nunca osarían practicarla en su propio territorio.
El embargo ha funcionado para poner en evidencia el chantaje político que el castrismo impone a muchos otros países para que voten en contra o “denuncien” el embargo. Un chantaje de médicos y profesionales ofrecidos como zanahorias; o de palos insinuados con desestabilizaciones políticas provocadas por organizaciones y agentes pro castristas.
El embargo ha funcionado para poner en evidencia que ese odio que el castrismo siempre ha sentido por el mundo libre en general, y por los Estados Unidos en particular, es irracional. Cuando el presidente Barack Hussein fue a La Habana, y empezó a desmontar una buena parte del embargo, la respuesta del castrismo fue atacar a diplomáticos estadounidenses con armas de destrucción neurológica.
El embargo ha funcionado para ilustrar la enorme ignorancia que muchos tienen sobre la naturaleza de los totalitarismos de izquierda. Todos esos que insisten en que el levantamiento del embargo redundaría en un aumento del bienestar de los cubanos y que ese bienestar traería, inevitablemente, cambios políticos ignoran la teoría leninista de la revolución.
Esa teoría explica que las revoluciones suceden cuando la pobreza es suficiente para generar descontento, pero no cuando es tan alta que la gente solo puede pensar en su sobrevivencia. Un colofón lógico de ese axioma leninista es que, una vez alcanzado el poder, la mejor forma de no perderlo es manteniendo a la población en niveles de pobreza que nunca le permitan organizar verdaderas revoluciones, solo sublevaciones.
La pobreza extrema es, entonces, consustancial a la permanencia de los socialistas en el poder; y no hay levantamiento de sanción económica alguna que haga cambiar esa necesidad.
Por último, el embargo ha funcionado para que después del 11 de julio pasado podamos asistir al espectáculo de ver al castrismo movilizar a sus agentes de influencia, los de Harvard incluidos, para que insistan en que hay que quitar el embargo.
Es divertido verlos saltar, como ratas del barco que se hunde, mientras comemos rositas de maíz y nos tomamos una gaseosa bien fría.