Bienvenidos al nuevo Estados Unidos

Bienvenidos al nuevo Estados Unidos

Bienvenidos al nuevo Estados UnidosEl fraude ha quedado sepultado por una combinación de miedo y de control de la información de las grandes cadenas mediáticas.

En sus 4 años en la presidencia, Donald Trump ha realizado cientos de concentraciones y eventos políticos a lo ancho y largo de toda la nación, incluyendo varios en Washington DC. En ninguno de esos eventos hubo violencia. En los largos meses en que grupos de izquierda como ANTIFA y Black Lives Matter realizaron acciones de extrema violencia, incluyendo quema de edificios, saqueos y destrucción de comercios, ocupación de áreas centrales de ciudades y de agresiones a las fuerzas policiales, la posición del Presidente y de los militantes republicanos fue siempre, y sin titubeos, la de respaldo a la Policía, al orden y a la Constitución. Es incongruente que, de pronto, pueda ocurrir una reversión de esos principios y valores para llegar a lo que vimos en el Capitolio el pasado 6 de enero.

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Esos acontecimientos reclaman una investigación seria, si es posible alguna cuando se trata de algo relacionado con el Presidente. Los sujetos que vimos al frente de los disturbios no asemejan en nada a la militancia conservadora. Incluso vimos varios individuos que daban la impresión de haber estado preparados para una confrontación con la policía y equipados con cascos, cubre-ojos plásticos y bufandas para protegerse de gases lacrimógenos. Una información poco publicitada reveló que habían encontrado artefactos explosivos en las sedes de los Comités Nacionales Republicano y Demócrata en la capital y que, además, descubrieron cocteles molotov escondidos en diversos lugares de Washington. Los que conocen esas técnicas operativas de colocar artefactos en la posible ruta de protestas, saben que son típicas de Antifa. No voy a especular sobre quién es el responsable por lo ocurrido, pero los que hemos vivido bajo regímenes comunistas conocemos de memoria las tácticas de infiltración en eventos masivos para crear violencia, o inducirla, usando la pasión de los participantes en un evento.

Si fueron simpatizantes republicanos los que protagonizaron los hechos de violencia, deben asumir la responsabilidad y las consecuencias de sus actos porque esa no es la filosofía conservadora para dirimir discrepancias. Sin embargo, en este momento llama la atención la gigantesca hipocresía de los líderes Demócratas que ahora se rasgan las vestiduras por lo ocurrido mientras guardaron un silencio cómplice ante los desmanes cometidos por los grupos de izquierda simpatizantes suyos, que durante meses estuvieron causando desórdenes, destrozos, saqueos y aterrorizando a los ciudadanos de Seattle, Minneapolis y Portland.

Las declaraciones que hemos oído de varios de ellos realmente son una llamada de alarma ante lo que podrían hacer una vez que asuman los poderes, casi absolutistas, que tendrán a partir del 20 de enero. El ex presidente Obama hizo un llamado a los medios sociales de comunicación para que veten, permanentemente, a Donald Trump. Varios congresistas demócratas han pedido que se expulse del Congreso a los legisladores que apoyaron al Presidente. El extremismo está asomando la cabeza con matices peligrosísimos: El sindicato de Asistentes de Vuelos pidió que las aerolíneas le nieguen el regreso en sus aviones a los simpatizantes del Presidente que estuvieron en Washington.

Lo que estamos viendo, en términos políticos, es que la imagen democrática que tenía Estados Unidos era un mero barniz y que las tendencias totalitarias que ocurren en muchos países del Tercer Mundo están presentes aquí y con una fuerza que asusta. La libertad de expresión esta muerta. Cuando personas son asesinadas por simplemente llevar puesta una gorra de “Make America Great Again”, cuando los ciudadanos tienen miedo de poner un cartel político en su propiedad o hasta una bandera, cuando los medios de comunicación social Twitter y Facebook se atribuyen la autoridad (y la arrogancia) de prohibir a las personas expresar sus opiniones sobre el fraude en las elecciones presidenciales o de mostrar su apoyo al Presidente, cuando los diarios nacionales le colocan “coletillas” a los artículos de periodistas que expresan posiciones paralelas a las del Presidente, no hay dudas de que ya entramos en una espiral descendente de rumbo totalitario.

Los que tenemos la experiencia y el conocimiento sobre los métodos totalitarios para la implantación del terror social y la imposición del silencio a los adversarios, estamos conscientes de que los ataques y difamaciones que por 4 años enfrentó el Presidente Trump, lo habría padecido cualquier otro Presidente Republicano. No se trata de individuos sino de ideología y de opinión política. Así ha ocurrido en todos y cada uno de los países que iniciaron el camino socialista. A partir del 20 de enero me atrevo a predecir que comenzará una casería de brujas, un ataque constante y permanente contra todos los legisladores republicanos, contra todos los periodistas, analistas y ciudadanos que disientan de la filosofía de la izquierda. El asesinato del carácter y la demonización de los valores y principios conservadores, a pesar de ser la base de la Constitución norteamericana, van a estar en permanente asedio.

Una de las consecuencias de los hechos del Capitolio, es que le ha dado combustible a la izquierda para prenderle fuego a sus rencores y convertir en cenizas lo que quedaba de la libertad de expresión, y tal vez, de mucho más.

La otra consecuencia nefasta es que sepultó los reclamos por el fraude perpetrado en las elecciones de varios estados cruciales. Es increíble que los jueces en esos estados se negaran a darle su día en corte a los demandantes del fraude. Unos se agarraron de justificaciones técnicas y de “standing” (representatividad) para no permitir que las evidencias fueran presentadas. En un acontecimiento que revela la probable causa de la actitud de los jueces, el abogado de Georgia, Lin Wood, en un twitter hecho público el 2 de enero, acusó al Juez Principal de la Corte Suprema, John Roberts, de haberle dicho al juez Stephen Breyer que él no iba a aceptar ninguna demanda que pudiera favorecer al Presidente Trump porque él no iba a cargar con la responsabilidad por los destrozos que hiciera Antifa. El abogado Wood lo retó a que lo demandara por difamación si esa conversación no ocurrió.

Un solo juez, en el Condado Antrim, en Michigan, fue el que concedió una petición ciudadana de que se hiciera una auditoría forense a las máquinas de votación. Todos los interesados en la verdad deben leer en la internet el Reporte de esa Auditoria (Allied Security Operacions Group, Antrim Michigan Forensics Report) que, sumariamente dice que las máquinas de Dominion Voting System y su software (programa) están diseñados para cometer fraude, que cambió votos de Donald Trump hacia Biden y que estaban conectadas a la internet (ilegalmente). Los expertos, todos con experiencia en agencias federales como el FBI, el Servicio Secreto y la CIA, aseguran que los resultados de esas máquinas de votación no son confiables. Esas máquinas de votar fueron usadas en Michigan, Pennsylvania, Georgia y en el Condado Maricopa de Arizona (que le dio la victoria a Biden).

Además, están disponibles las declaraciones juradas de más de 200 personas que participaron en el proceso electoral y que denuncian diversas formas de fraude. Es inconcebible que se le hizo un juicio de impeachment al Presidente basado en la denuncia de una sola persona (que permaneció anónima) mientras que se impide que tengan un día en corte las denuncias de más de 200 testigos que dan su nombre. Pero, eso no va a ocurrir. El fraude ha quedado sepultado por una combinación de miedo y de control de la información de las grandes cadenas mediáticas.

Definitivamente, éste es otro Estados Unidos. El barniz democrático se ha evaporado. Malos tiempos nos esperan.

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