Socialismo y naturaleza humana. Hoy, en EEUU, millones de ciudadanos han decidido mirar hacia otro lado mientras su democracia republicana, que es la fuente de todas las riquezas y grandezas de esa nación, es desmantelada para dar paso a un socialismo como mecanismos para imponer una ideología fallida y criminal.
La frase, que ya hoy es un mantra, la leí en una conversación que Carlos Alberto Montaner tuvo con Alexander Yakolev, el llamado ideólogo de la Perestroika.
En esa conversación, Yakolev le contó a Montaner los orígenes y algunas de las razones que tuvo Mijaíl Gorbachov para desmontar el socialismo soviético y el llamado campo socialista.
Al final, el cubano le preguntó al ruso: “¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo?”, y la respuesta que recibió, que ya hoy es un mantra, fue: “porque no se adaptaba a la naturaleza humana”.
Cuando leí la pregunta, y su respuesta, dos cosas me saltaron a la vista.
La primera fue la sinonimia entre socialismo y comunismo. Una equivalencia a todas luces errada cuando recordamos que el socialismo es la antesala de un comunismo que nunca, ni remotamente, ha visto ni verá la luz.
La otra cosa que me saltó a la vista fue que ni Carlos Alberto Montaner, ni Alexander Yakolev, habían vivido el socialismo que yo viví en Cuba; porque si lo hubieran hecho habrían descubierto que esa doctrina sí encaja perfectamente con la naturaleza humana o, al menos, con una buena parte de esa naturaleza.
En el caso de Montaner, está claro que salió de Cuba muy joven y nunca tuvo que sufrir, por suerte para él, los embates del día a día de un régimen socialista.
Con Yakolev imagino que pudo haber evolucionado, siendo muy joven, desde un padre fanático al socialismo hasta un ejército rojo que no toleraba dudas y, desde ahí, a una maquinaria partidista a las que todos le hablaban con esas mentiras tan convincentes que siempre genera el terror.
Uno, Montaner, vio al socialismo de afuera hacia adentro; y el otro, Yakolev, lo vio fundamentalmente de arriba hacia abajo. Si lo hubieran visto a ras de suelo, como lo vi yo, habrían descubierto que el socialismo sí encaja perfectamente con una buena parte de la naturaleza humana.
Para empezar, la respuesta de Yakolev es, como casi todos los mantras, una de esas terribles simplificaciones de las que Jacob Burckhardt quiso avisarnos hace ya más de un siglo.
Algo que queda en evidencia cuando recordamos que no existe una única naturaleza humana, o que en nosotros se dan cita, al menos, cuatro naturalezas: una biológica, una psicológica, una social y una económica.
Nuestra naturaleza biológica, o esa que está hecha de comer, sobrevivir y reproducirse, encaja perfectamente con el socialismo, y por dos razones fundamentales.
Una es que, antes de llegar al poder, los socialistas siempre se las arreglan para hacerles creer a muchos que sus precarias condiciones de vida, o sus vulnerables sobrevivencias, solo pueden mejorar bajo el régimen que ellos prometen. Como consecuencia de eso no son pocos los que toleran las ideas socialistas, mientras que algunos se apuntan a ellas con el fervor fanático que les da creer que están luchando para sobrevivir.
La otra razón es que, para llegar al poder, los socialistas siempre usan una violencia física, y un acoso psicológico, que hace que muchas personas decidan, por un simple instinto de conservación, no enfrentárseles o tolerarlos. No es casual entonces que, una vez llegados al poder, los socialistas siempre instauren un terror que hace que aún más personas les colaboren. Lo hacen por el simple hecho de saber que, si no lo hacen, pueden poner en peligro sus sobrevivencias.
Mi experiencia a ras de suelo, en Cuba, me enseñó que la inmensa mayoría de los delatores, chivatos, informantes, represores y asesinos castristas que conocí allá carecían, y todavía carecen, de cualquier dimensión que no sea la de unos simples animalitos buscando protección para sobrevivir.
Si analizamos nuestra naturaleza psicológica podemos descubrir que también encaja perfectamente con el socialismo. La razón de eso es que durante cientos de miles de años nuestra psiquis fue seleccionada, por razones que ahora no viene al caso discutir, para tener dos características fundamentales: una es una marcada tendencia al altruismo, y la otra es una gran predilección por las simplificaciones o, si se quiere, una gran aversión a la incertidumbre generada por la complejidad.
A nuestra especie, el Homo sapiens, que fue seleccionada para ser altruista, y para evitar la incertidumbre generada por la complejidad, los socialistas le ofrecen el oasis psicológico de una solución terriblemente simplificada para el doloroso problema, desde nuestra perspectiva altruista, de la pobreza y las desigualdades sociales. No es casual entonces que muchos se apunten a esa doctrina que parece ser cortada, como cualquier dogma, a la medida de sus más profundas necesidades psicológicas.
Una vez más, mi experiencia a ras de suelo me enseñó, allá en Cuba, la irrealidad de ese famoso chiste que reclama que una persona no puede ser honesta, inteligente y socialista al mismo tiempo. Puedo asegurar que mientras viví el socialismo real conocí a muchas personas que eran brillantes, que eran de una honestidad intachable y que defendían, con todo su ser, las ideas socialistas.
Esas personas tenían tres características que siempre se repetían. Una era una tendencia casi franciscana al altruismo. La otra era una marcada inclinación a mostrar o señalizar ese altruismo en cada circunstancia, y aunque tuvieran que pagar un alto precio personal. Muchos no prosperaron dentro del socialismo castrista precisamente por sus irresistibles deseos de denunciar cuantas maldades descubrían… y había muchas.
La tercera característica, que para mí siempre fue la más inexplicable, era una reacción de dolor visceral, profundo y evidente, cuando yo me entretenía en usar las mismas ideas que ellos defendían para demostrarles, o insinuarles, que estaban defendiendo algo errado. Muchas veces tuve que detenerme porque me di cuenta de que nunca los iba a convencer y porque notaba, además, que les estaba provocando un gran dolor físico. Era, descubrí años después, como si la incertidumbre los torturara.
A partir de lo dicho hasta aquí es fácil entender que nuestra naturaleza social también es profundamente vulnerable al socialismo. Nuestras sociedades, que son los sistemas más complejos que existen, y cuyas características están siempre marcadas por las interacciones constantes de las otras naturalezas que nos definen, también muestran una gran capacidad para adaptarse, aunque sea de inicio, al socialismo.
El tema es extraordinariamente complejo y para no maltratar a los lectores con más complejidades, e incertidumbres, me referiré a él usando las seis simplificaciones, o propiedades emergentes, o dimensiones, que Geert Hofstede usó para describir las diferencias esenciales entre distintas culturas.
Según este investigador las sociedades difieren en seis dimensiones:
- Distancia del poder o grados en los que vemos como posible (o imposible) ejercer nuestra influencia sobre los que mandan.
- Mayor o menor grado de evitación de la incertidumbre.
- Mayor o menor inclinación a pensar a largo plazo.
- Mayor o menor grado hacia las complacencias o hacia las restricciones.
- Tendencia al individualismo o al colectivismo.
- Femineidad, o mayor inclinación solidaria, contra masculinidad, o menor inclinación solidaria.
Algo que llama poderosamente la atención es que las sociedades que han caído bajo la égida socialista, como la rusa, la china o la cubana, son sociedades que tradicionalmente han visto al poder como algo lejano e inamovible, que muestran una gran evitación de la incertidumbre, que son hedónicas, que se caracterizan por una menor tendencia a pensar a largo plazo y que son, en su cotidianeidad, mucho más solidarias. Si algo quiere decir eso es que, en esas sociedades, y a diferencia de lo dicho por Yakolev, el socialismo sí se adapta muy bien a la naturaleza humana.
Donde esa adaptación falla aparatosamente, por suerte para la humanidad, es en la naturaleza económica de los seres humanos. Una naturaleza que requiere, sobre todo después del advenimiento de la economía de libre mercado, y de la libertad individual que esta generó, una lectura constante de una realidad que es cada vez más compleja, y en la que la única estrategia de sobrevivencia válida es el enfrentamiento de esa complejidad y el crecimiento económico constante.
Esa es la gran paradoja del último siglo y medio de la humanidad: una falsa doctrina de justicia social que es aceptada porque encaja con la inmediatez de nuestras naturalezas biológicas, psicológicas y sociales; pero que tiene un efecto tan devastador, sobre nuestra naturaleza económica, que siempre termina, a mediano o largo plazo, destruyendo lo mejor de nuestro cuerpo, de nuestra psiquis y de nuestras sociedades.
Es esa paradoja la que podría explicar por qué una doctrina que inobjetablemente no funcionó en la rica Rusia, en la trabajadora Alemania, o en la sabia China, siga siendo aceptada como una solución válida para problemas que nunca ha podido resolver ni resolverá.
Es esa confusión de naturalezas la que pudo haber llevado a lo mejor de la sociedad venezolana a creer que una banda de delincuentes y golpistas podría darle a Venezuela, a través del socialismo, la justicia social que ese país tan rico en recursos naturales y humanos debería tener.
Es esa confusión de naturalezas la que podría explicar por qué hoy, en los Estados Unidos de Norteamérica, millones de ciudadanos han decidido mirar hacia otro lado mientras su democracia republicana, que es la fuente de todas las riquezas y grandezas de esa nación, es desmantelada para dar paso a un socialismo que ya lleva años usando el fraude, la corrupción, el acoso psicológico, y la violencia física, como mecanismos para imponer una ideología fallida y criminal.
Una ideología que siempre termina destruyendo la economía y que por tanto no encaja con la que es, según el propio marxismo que dice defender, la más importante de las naturalezas humanas.
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