Niñez de Martí por Rosa L. Whitmarsh
Nativa de Cuba. Es columnista del Diario Las Américas, comentarista de Radio y Televisión Martí y profesora del Miami Dade Collage (Miami, FL. EE. UU.). Ha ejercido la pedagogía en Vassar Collage (Poughkeepsie, NY) y la Universidad Anahuac (México, D.F.). Tiene un Doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana (La Habana, Cuba).
Vino desde la tierra a ascender sobre el musgoverde
e inexpugnable por la ley del decreto;
en tierra colorada yacía su provincia;
el faro de la costa, luciérnaga abrigaba.
Dulcemente sus juegos con la lluvia trenzaba
y en charcos sus juguetes de lodo los llenaba;
aspiraba el pequeño el latido del aire.
¡Qué impulso señalaba su reloj en la arena!
No eran horas de tedio las de serios reproches,
cuidar a sus hermanas o escuchar los sinsontes.
Las noches bien oscuras con sus grillos cantores
entonaban secretos sones reproductores
y el oleaje que ronca soslayaba la calma.
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El chiquillo delgado es hábil en canicas
y ayuda en las aguadas con su fuerza de hombre;
el padre no se halla al tanto de esas cosas
que afanan al pequeño responsable de todo,
cual hombre entre otros hombres.
El niñito José se crece con Mendive,
de sus labios recibe el alma de la Patria:
lecciones superiores de hondo contenido;
Mendive se percata de una rara tristeza
y alerta le da un giro, un tono, una esperanza,
al alma de ese niño al que el peligro asecha.
¡El niño está salvado! ¡Como que tiende el ala
germinal al espacio, al ramaje distinto!
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¡Qué comparsa de negros
en alba de estertores
pasó por sus sentidos
de origen españoles!
¡Qué comparsas de albahaca
perfumaron los sones
incipientes, cubanos,
criollos, pre-danzones!
¡Qué acentos aspirados
en eses diluidas
por las calles polvosas
intramuros sonaron!
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De barcos bergantines
ululan las sirenas;
los sacos almacenan
el azúcar de Guines.
Hay olores a puerto, a calesa y botines,
a chaqué, mariposa, brea ,candil, oliva,
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La barquita de Regla pone remos al agua;
la familia de Pepe fue a pasear un domingo;
el pitazo de un buque a ultramar lo dirige.
Por la calle Empedrado, por Muralla, Galeano,
(si Luis con e)
pasea con su padre;
conoce de profundis los linderos del Príncipe.
Tampocos son ajenos
el Torreón de San Lázaro, la estación de los trenes,
la calle de la Infanta, el Paseo del rey Carlos
Tercero; transitable, convertido en calzada
de madera,
que cubre los lodos infernales.
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Asomarse a los muelles,
ver despegar los barcos;
separar los acentos
del bozal y del blanco,
el hispano del criollo,
y ¡elegir el cubano!
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Es la niñez del niño
de la calle de Paula;
allí nació ese niño
con número de cábala,
de La Habana en su entraña.
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Se aseaba en la jofaina y su lecho era seco;
los frutos de la tierra comía desde niño:
guanábana, mango, anón y mamoncillo.
Su madre cocinaba calabaza amarilla
y garbanzo y fabada.
Y el Día de los Fieles Difuntos respetaba.
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Así surgió el criollo: de Yara y sus principios,
la tierra, el aire limpio
del puerto y los corales
de la costa cercana;
del pensar del Maestro;
de ese viaje al Hanábana,
al palmar, las veredas, al plantío,
la sabana de caña, la décima guajira,
la dimensión de Patria:
ese viaje toral al ombligo de Cuba;
¡ ese viaje al Hanábana!
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La sangre destilada en la triste cantera
la sabe necesaria.Le da una nueva vida
saber que hay que romper
las cadenas de España.
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Ya no hay negro ni blanco ! tan solo hay cubanía!
el pitazo de un barco lo traslada de puerto
y Cadiz lo recibe ventoso . A él , transformado.
Terminó el primer ciclo, del musgo a la palmera;
! los sinsontes de Cuba desde el alba lo esperan!