El SUPUESTO GOLPE DE ESTADO a Evo Morales. Las dictaduras de Cuba y Venezuela fueron los primeros en apoyar al hermano dictador repitiendo la disparatada frase de golpe de Estado en Bolivia definida por el cocalero como golpe cívico, político y policial.
Evo Morales, algunas consideraciones acerca de su supuesto golpe de Estado.
A las pocas horas de la dimisión de Evo Morales Ayma, expresidente de Bolivia, el régimen comunista de Cuba se pronunció – como era de esperar– en defensa del dictador boliviano, pero no solo esto, sino que Miguel Díaz-Canel se refirió a una derecha con “violento y cobarde golpe de Estado contra la democracia”, algo que más tarde algunos han repetido desconociendo el significado conceptual y las características de lo que se considera un verdadero golpe de estado.
Por su parte el dictador venezolano Nicolás Maduro, sumido cada vez más en su ignorancia, fue más explícito que su camarada cubano, y además de repetir la idea de golpe de Estado expresada por Díaz-Canel, convocó a los “movimientos sociales y políticos del mundo para exigir la preservación de la vida de los pueblos originarios bolivianos víctimas del racismo” – ¿cuales movimientos sociales y políticos del mundo? Exceptuando al Foro de Sao Paulo y a cierto sector de los movimientos indígenas seguidores de Morales, el resto del mundo permanece ajeno a la renuncia del exmandatario–, con lo que pretendió "sensibilizar" a los supuestos movimientos sociopolíticos ante un posible holocausto indígena en los Andes bolivianos, cual fantasma espectral de ese mal que padecen los comunistas de nuevo tipo, esto es, un marcado delirio donde se mezclan las ideas constantes de víctimas de la persecución con el imaginario ataque del “imperialismo”, aunque el gobierno estadounidense no tenga absolutamente nada que ver con los convulsos sucesos que por estos días tienen lugar, no solo en Bolivia, sino en varias naciones de Latinoamérica. Nicolás Maduro culpó a Donald Trump de la dimisión de Evo Morales cuando en realidad el gobierno estadounidense se ha limitado a apoyar teóricamente la existencia de un gobierno de transición y la realización de elecciones libres, justas y transparentes en Bolivia.
Alberto Fernández, el nuevo presidente de Argentina, de tendencia izquierdista, recién entrando en acción en la escena política regional, también se pronunció a favor de Evo Morales al declarar que se había consumado en Bolivia un golpe de estado “producto del accionar conjunto de civiles violentos, el personal policial acuartelado y la pasividad del ejército”, con lo que se unió a sus homólogos socialistas del siglo XXI de las dictaduras de Cuba y Venezuela.
Pero no solo los líderes regionales lo han hecho, sino que el expresidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, recientemente pidió en Sao Paulo, durante la conferencia sobre “democracia” celebrada en el marco del séptimo Congreso Nacional del opositor Partido de los Trabajadores (PT), la unidad de la izquierda latinoamericana para denunciar la situación de Bolivia tras la renuncia de Evo Morales, según el, un golpe de Estado: “no podemos callar contra lo que es un golpe de Estado”.
Como es de suponer, no podíamos esperar otra reacción por parte de aquellos que son acérrimos defensores de los regímenes dictatoriales en la región, y que como Morales han protagonizado sendas acciones fraudulentas por tal de mantenerse en el poder, en el caso de Nicolás Maduro, o se han dejado manipular al ser designados y jamás elegidos por nadie, en el caso de Díaz-Canel, o prestarse para una desatinada propuesta presidencial acompañado de la política más acusada del continente (refiriéndome a Cristina Fernández), en el caso de Alberto Fernández.
¿Ocurrió realmente un golpe de estado en Bolivia?
Analicemos algunos aspectos en el orden teórico conceptual para responder la interrogante anterior. Los golpes de Estado se caracterizan por ser rápidos, violentos y repentinos y su finalidad es que la operación corra con el menor riesgo de confrontación. En este sentido podemos decir que en la nación andina se estuvo gestando un movimiento popular que protagonizó sendas acciones de protestas pacíficas, al menos así fue en los inicios de la crisis sociopolítica del país, algo que más tarde se transformó en un desorden social ante las agresiones violentas provocadas por agentes infiltrados o por simpatizantes del Partido Movimiento Al Socialismo (MAS) – como ocurrió en Ecuador y Chile, y recién comienza ahora en Colombia– y cuyo epicentro coordinador y rector posiblemente se encuentre en Venezuela, independientemente de la asesoría incondicional del régimen de La Habana.
Así las cosas, la escena boliviana es demasiado sui generis toda vez que se entremezclan las marchas pacíficas masivas del pueblo boliviano con los actos terroristas y vandálicos protagonizados por los movimientos de la izquierda regional en su afán de extenderse por toda la región. No es usual que de manera cuasi simultánea tengan lugar actos terroristas surgidos aparentemente en medio de acciones pacíficas en varias naciones del continente, y esto es algo que deberá siempre tenerse en cuenta al hacer un análisis de la actual situación sociopolítica latinoamericana.
Hay una definición muy exacta de golpe de Estado que expresa que es una actuación rápida y violenta por medio de la cual un determinado grupo toma o intenta tomar el poder por la fuerza e irrespetando las leyes con la finalidad de desplazar a las autoridades legítimas vigentes.
En el caso de Bolivia no podemos decir que se trató de una acción violenta, por cuanto, los miembros del ejército boliviano no atacaron al dictador Morales, sino que le pidieron su renuncia y se pusieron al lado del pueblo. De ahí que fuera una actuación rápida – retomando la definición conceptual– pero no violenta. Los actos violentos están teniendo lugar de manera paralela y colateral al verdadero eje del asunto, esto es, la exigencia pacífica de elecciones libres, democráticas y transparentes, así como la no presencia del dictador como candidato al ser ilegal un nuevo mandato desde el punto de vista constitucional.
En el concepto de golpe de Estado también se hace referencia a que un determinado grupo toma o intenta tomar el poder por la fuerza e irrespetando las leyes, algo que merece otro comentario aplicado al contexto de lo que recientemente ocurrió en Bolivia.
¿Qué grupo tomó el poder o intentó tomar el poder por la fuerza en Bolivia?
Téngase presente que el ejército de esta nación dejó de respaldar al entonces presidente Morales para situarse al lado del pueblo, al propio tiempo que pidió de modo pacífico la renuncia del exmandatario. De modo que no se cumple la premisa acerca de la toma del poder de manera violenta por la fuerza, algo que contradice las opiniones erróneas de aquellos que se han pronunciado en defensa de Evo Morales mediante la falsa hipótesis de un golpe de Estado.
De haber tenido lugar un acto de esta naturaleza a expensas de las fuerzas armadas estaríamos ante un golpe de Estado militar o pronunciamiento militar, modalidad más frecuente de golpe de Estado; aunque como ya expresé antes este no es el caso de Bolivia, por cuanto su entonces presidente dimitió horas después de que el comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia, general Williams Kaliman, pidiera (no fue obligado) al mandatario la renuncia al poder como posible solución a la crisis política tras tres semanas de grandes protestas generalizadas contra su permanencia en el poder al declarase ganador de las recientes elecciones."Sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial, permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia", fueron las palabras de Kaliman en el primer comunicado oficial que se dio a conocer.
Tal vez el primero en tergiversar el sentido de los acontecimientos fue el propio Morales toda vez que en su mensaje de renuncia, transmitido por la televisión, se refirió a un “golpe cívico, político y policial", con lo que sentó las bases para cualquier idea disparatada ulterior. Recordemos que las limitaciones intelectuales del líder cocalero le impiden defender con fundamentadas bases cualquier conceptualización sociopolítica. Sencillamente carece de aquellas aptitudes que muy bien precisó Platón debían tener los gobernantes. Los líderes de la izquierda regional creen suplir sus fuertes barreras culturales e instructivas mediante las rutinarias frases ofensivas al supuesto imperialismo, amén del excesivo uso de términos como neoliberalismo, globalización, poder hegemónico, etc., lo que pudiera funcionar para la manipulación de grandes sectores poblaciones sumidos en la ignorancia; pero no para otros que han determinado poner freno a los devastadores efectos de la amenazante izquierda latinoamericana.
Es necesario precisar que la idea del expresidente de Bolivia respecto a un golpe de Estado “cívico, político y policial” es un disparate, por cuanto se entiende por golpe de Estado cívico-militar aquel en el que participan elementos de ambos estamentos sublevados, esto es, los del propio gobierno y las fuerzas armadas, algo que no ocurrió en Bolivia, nación en la que los integrantes de la cúpula gubernamental de Morales le siguieron, y donde fue la oposición quien protagonizó las acciones de protesta, solo acciones de protesta y no toma violenta del poder como pretenden difundir los seguidores del Movimiento Al Socialismo (MAS) y los defensores de la desmoralizada izquierda regional para justificar la absurda idea del golpe de Estado.
Por otra parte hemos de comentar que en el concepto de golpe de Estado se precisa que los golpistas toman el poder irrespetando las leyes. En primer lugar no hubo golpistas en el caso de Bolivia, y mucho menos una toma de poder – la actual presidente en funciones, Jeanine Áñez, se ofreció para asumir la presidencia de la nación en medio del caos, y a la vez declaró que en breve convocaría a elecciones democráticas, lo que ya hoy es un hecho consumado al acabar de anunciar nuevos comicios a realizarse a inicios del 2020, y en los cuales quedó excluida la participación de Evo Morales–.
De cualquier forma el asunto de si hubo o no un verdadero golpe de Estado sigue siendo bien polémico, toda vez que existen defensores de la hipótesis de dicho golpe. La profesora Erica De Bruin, catedrática del Hamilton College en el estado de Nueva York, en EE.UU., y experta en relaciones cívico-militares, sostiene que lo que pasó en Bolivia fue un golpe de Estado, y lo trata de fundamentar al afirmar:
"En la práctica, la diferencia entre un golpe, una revolución y un levantamiento popular puede ser borrosa (…) Los golpes de Estado ocurren cada vez más mediante protestas públicas generalizadas, y es muy difícil que esas protestas tengan éxito sin el apoyo de una facción de los militares".
De Bruin asume que desde el momento en que el comandante de las Fuerzas Armadas le pide al entonces presidente Evo Morales la renuncia al poder ya tuvo lugar un golpe de Estado. Según la profesora del Hamilton College: "Este tipo de declaraciones públicas conlleva una amenaza implícita de violencia, ya sea por parte del propio Ejército o por parte de los manifestantes que no serán detenidos por los militares".
Idea que no comparto y que considero demasiado parcializada y adaptada a sus concepciones, las que se apartan un tanto de la extraordinaria definición del también catedrático Aníbal Pérez-Liñán, profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Notre Dame, en Indiana, EE.UU., quien define golpe de Estado como un “proceso en el cual las fuerzas de seguridad del Estado derrocan al gobierno que ejerce el poder utilizando en general la violencia o amenazas de violencia”, tratándose pues de una operación que viola las reglas constitucionales y “quienes asumen el poder posteriormente no podrían alcanzarlo dentro del marco constitucional”.
Otros prefieren ser conservadores, como es el caso de Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en el Amherst College, en Massachusetts, EE.UU., para quien hay “indicios” de un golpe de Estado, lo que asume utilizando como pretexto la idea de que hubo presión militar, presión de la Organización de Estados Americanos (OEA), y por parte de líderes de la oposición, aunque advierte (y con su advertencia queda como Poncio Pilatos) que no se puede minimizar la crisis profunda a la que Evo Morales llevó a su país desde 2016.
Con el debido respeto a quien es considerado un experto en asuntos de este tipo, he de recordarle que no hubo presión de la OEA, sino la debida asunción del cumplimiento de los deberes de esta institución, gracias a lo cual, pudo esclarecerse con detalles las sendas irregularidades en el reciente proceso eleccionario, amén de que los líderes de la oposición tuvieron una actitud digna al no reconocer los fraudulentos resultados de los comicios, lo que tampoco significa presión para la dimisión ulterior del actual expresidente. De ahí que no se trata de un golpe de Estado, aún cuando su postura es la de la ambigüedad y la imprecisión.
En fin, no podemos hacernos copartícipes de los errores que muchos repiten sin cesar por estos convulsos días. No hubo un verdadero golpe de Estado. Fue el propio Evo Morales quien violentó las leyes constitucionales para mantenerse en el poder. Su tercer mandato fue inconstitucional, como lo hubiera sido también el cuarto período de haber logrado su objetivo, y esto es una vulnerabilidad de la legitimidad institucional sobre la que se erige el Estado en cuanto forma de organización política de la normativa jurídica por la cual se rige, y esto sí es golpe de Estado, y no lo idea que se nos intenta imponer.
Aun cuando los supuestos golpistas hubieran tomado el poder por la fuerza –algo que no ocurrió en Bolivia– para desplazar a las autoridades legítimas vigentes, considerando las definiciones de golpe de Estado, nos encontramos con algo muy peculiar en el caso de Bolivia. Las autoridades vigentes eran ilegítimas, por cuanto el tercer mandato presidencial de Morales fue totalmente inconstitucional, como lo hubiera sido su continuidad hasta el 2025.
Lo importante es que el líder cocalero abandonó su cargo al frente de la pobre nación andina, lo que constituye una de las mayores derrotas de la izquierda regional, al propio tiempo que no podrá presentarse a las nuevas elecciones que acaban de ser convocadas por el actual gobierno de transición.