Che Guevara y Fidel Castro “inmortalizados” en Cuauhtémoc, México

Fidel Castro pintado en una cucaracha

Che Guevara y Fidel Castro “inmortalizados” en Cuauhtémoc, México mientras que en contraposición el artista mexicano Cristiam Ramos inmortaliza a Fidel Castro en una cucaracha y telarañas.

Santa Cruz de Tenerife. España.- Los lazos entre Cuba y México se remontan a un pasado que se nos dispersa en el tiempo. En 1875 José Martí llegó a México procedente de Nueva York y permaneció en tierras mexicanas alrededor de dos años.  Muy pronto el prestigioso Liceo Hidalgo lo invitó como conferencista en su serie dedicada a la influencia del espiritualismo en el estudio de las ciencias en general. En este país publicó en Revista Universal la traducción de la novela “Mis hijos”, del escritor francés Víctor Hugo y estrenó con éxito su obra para teatro “Amor con amor se paga”.


El arte mexicano, y de manera particular su música y su cine ejercieron una notable influencia en Cuba. De igual modo, el arte cubano llegaba a tierras aztecas para triunfar. Dámaso Pérez Prado, Benny Moré y Enrique Jorrín alcanzaron notoriedad y universalidad a partir de sus éxitos por estos lares, en tanto que la soprano Rosita Fornés era proclamada la primera vedette de México y de América. Silvestre Revueltas, el más extraordinario de los músicos clásicos mexicanos, inmortalizó a través del sinfonismo “Sensemayá”, obra que utiliza el sentido rítmico de la obra homónima del poeta cubano Nicolás Guillén.  

En lo político, lamentablemente fue allí donde se unieron Fidel Castro y Ernesto Guevara, y se gestaron los primeros planes para la insurrección armada que tomaría el poder de Cuba en 1959, sin que olvidemos que México sirvió de lugar referencial para exiliados políticos cubanos como Julio Antonio Mella.

De ahí que no debemos sorprendernos ante ciertos sucesos actuales que pretenden destacar los vínculos entre ambas naciones; aunque tratándose de cierto homenaje escultórico ubicado en un céntrico parque de Ciudad México, y que dicho monumento intente eternizar a través del arte las siniestras figuras de Fidel y el Che, nuestra percepción debe cambiar radicalmente. 

Recordemos que a pocos días de la muerte del tirano cubano Fidel Castro su hermano Raúl, actual presidente de Cuba, declaraba una prohibición acerca de imágenes, esculturas y otras obras dedicadas a exaltar su figura. Solo a través de la música y de la literatura, así como mediante centros de estudios y cátedras dedicadas al estudio y divulgación del pensamiento del llamado líder histórico de la revolución podía evocarse su imagen. 

Esta determinación del anciano presidente cubano – que según sus declaraciones lo hizo siguiendo la línea de “humildad” y la negación del culto a la personalidad de su desaparecido hermano– entra en contradicción con los empeños de unos pocos artistas, gobernantes y países que han querido exaltar al dictador Fidel Castro después de su muerte hace solo un año. 

En el parque Tabacalera, en la delegación Cuauhtémoc,  detrás del Museo de San Carlos, – sitio donde hay desde hace un año un busto del Che Guevara– hacia la frontera occidental del centro histórico de Ciudad México, se ha develado hace solo unos días un conjunto escultórico dedicado a dos de las figuras más contradictorias y polémicas del siglo XX: Fidel Castro y Ernesto Guevara. 
La escultura fue hecha por el artista Oscar Ponzanelli, y tiene un peso de 250 kilogramos, incluyendo el banco donde los han sentado simulando una conversación, hecho que evoca el extenso diálogo que tuvieron ambos personajes cuando decidieron echar riendas a sus ideas comunistas que culminarían con el desembarco en las costas cubanas y el inicio de las travesuras de los barbudos en la sierra oriental de Cuba.  

Ricardo Monreal, el funcionario mexicano a cargo de la presentación y develación del conjunto escultórico, además de recordar que en la Colonia Tabacalera se inició la relación entre Fidel Castro y el Che Guevara, lo que según él, cambiaría la “geopolítica mundial”, precisó dos idas que llaman poderosamente la atención. 

La primera de ellas es una advertencia ante los posibles detractores de semejante propuesta: “muchos podrán no coincidir con Fidel o con el Che, pero esta colonia es tolerante”. No se trata de ser tolerantes o no, sino de ser éticos, de ser consecuentes, y estar y actuar acorde con los preceptos de estos tiempos; tiempos en lo que todo aquello que recuerde las concepciones socialistas es motivo de un rechazo quasi generalizado a partir de la inconformidad de grandes segmentos poblacionales respecto a un régimen social y un sistema económico que está desacreditado ante el mundo.
Es inadmisible que se presente en parques, avenidas o plazas a aquellos que han sido responsables directos o indirectos de la muerte de miles de seres, de la frustración de otros tantos centenares, y de la marginación y el ostracismo de aquellos que por el simple hecho de no coincidir con sus ideas fueron excluidos de la sociedad.  

Este no es el contexto para cuestionarnos si Monreal es de la izquierda o no, o si simpatiza con el comunismo; pero si de expresar el desacuerdo del autor de este escrito, en plena coincidencia con todos aquellos que consideran que resulta inadmisible que se continúe exaltando a las figuras representativas de  un mal que ha causado más estragos que el fascismo. 

Por otra parte, el fanatismo universal que ha existido en torno al asesino guerrillero argentino se ha visto sacudido recientemente ante las acciones de protesta en contra de los homenajes a su figura, justo cuando se conmemoraba el cincuentenario de su asesinato – y no caída en combate como se prefiere decir por sus seguidores– en Bolivia, lo que contribuirá a atenuar el mito guevariano y el desmedido e inexplicable culto a su personalidad. 


En el mundo está teniendo lugar un giro en torno a la apreciación del fenómeno Che Guevara. La apariencia del legendario guerrillero envuelto en las bohemias aventuras de la guerrilla se va sustituyendo por la real imagen del cruel y malvado hombre que asesinaba por placer y que murió como un cobarde.

En Argentina, país de su nacimiento, se han realizado sendas campañas en su contra. De manera paradójica, ahora en México se inaugura una obra escultural que lo destaca, y se hace nada menos que acompañado del diabólico líder comunista Fidel Castro, lo que, sin duda, constituye un sacrilegio y una burla a la humanidad.     

La segunda idea de Monreal está en relación con su visión del pueblo cubano, a quien considera grandioso por haber “resistido los embates del imperialismo”; pero lo más significativo es que insiste en que Castro y Che son “el fiel reflejo de la lucha contra el imperialismo”, en lo que el dirigente mexicano tiene cierta razón, por cuanto, es cierto que hay que reconocer la grandeza del pueblo cubano; pero no por haber resistido los embates del imperialismo, sino los de un régimen comunista totalitarista dirigido por el primero de ellos y bajo la influencia del segundo durante los difíciles años iniciales de la llamada revolución cubana en los que, ciertamente ambos líderes determinaron enfrentarse a lo que Monreal llama el imperialismo, aunque para alcanzar su objetivo tuvieran que asumir las más temibles acciones terroristas.

En contraposición a este bochornoso hecho otro artista mexicano ha retomado la imagen del dictador Fidel Castro; pero esta vez con una perspectiva diferente. El artista mexicano Cristiam Ramos ha escogido como materiales para la realización de sus más recientes obras cucarachas muertas y telarañas. 

Sobre los ya inertes cuerpos de estos insectos ha dibujado los rostros de figuras muy controversiales del mundo de la política como Kim Jon-Un, Donald Trump, Vladimir Putin y Adolfo Hitler; pero el que nos resulta más llamativo, por el hecho de ser cubanos, es el de Fidel Castro, justo cuando estamos festejando – porque la muerte de algunos seres debe celebrarse con júbilo y no evocarse con nostalgia–  el primer aniversario de la muerte del psicópata, delirante, tenebroso y sanguinario ser que destruyó la nación cubana. 


Es justamente sobre las cucarachas  – por el asco, la repugnancia y el rechazo que siempre provocan– donde mejor deben esculpirse o dibujarse los rostros de aquellos que, como Fidel Castro y el Che Guevara, son símbolos de la perversidad y de la maldad más despiadada.

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