El mundo se ha vuelto loco, no hay otra manera de verlo. Imperan la imbecilidad, la ignorancia, la delincuencia, la criminalidad, el fanatismo; y todos tan felices. Muertes y más muertes a causa del terrorismo islamista y sólo atinan a echar la culpa a las víctimas.
Somos culpables de que ellos nos maten, pese a que con nuestros impuestos los mantenemos a ellos y a sus familias. Y mejor mantenidos que muchos españoles, franceses, ingleses, belgas, etc.
Para colmo, en el último atentado terrorista islámico, en Barcelona, murieron no sé cuántos niños (por cierto, nadie hace hincapié en la cantidad de niños muertos), y al padre de uno de esos niños no se le ocurre otra cosa que ir a abrazar a un imán de una de esas mezquitas que hay en Cataluña. No entiendo ni pitoche. ¡Abrazar a uno de los cerebros del horror!
Declaró el padre del niño asesinado a la prensa (no, esta vez la prensa no se lo inventó) que tras el crimen él sentía la necesidad de abrazar a un imán. El colmo de la imbecilidad y de la cobardía. Porque un imán es el símbolo más perverso del evidente atraso de esa miserable religión. Vean todos esos vídeos subidos a You Tube de los imanes islamistas, cómo se expresan sobre las mujeres, cómo predican la violencia, la muerte y el acabose, cómo se llenan la boca para mostrar a Occidente que serán el origen de nuestro fin. Y así y todo, todavía el padre de una de sus víctimas necesita ir y abrazar a un condenado imán de los timbales. O el padre de ese niño tiene que verse la mente con un especialista, muy en serio lo digo, o sencillamente la justicia debiera de algún modo comenzar a actuar en estos casos de verdadero desequilibrio que afectan el orden social y transgreden las legislaturas.
No sé cuántos comentarios en contra recibí en mi Facebook por publicar fotos y vídeos de las víctimas de Barcelona. Me llamaron de todo, deploraron hasta que yo, una escritora, me dedicara a divulgar esas imágenes. Porque una escritora tienen que callarse y punto, tal como dictan los imanes. Una mujer, escritora para colmo, ¡chitón! Hubo más ataques en mi contra que en contra de los islamistas. En contra de los musulmanes ni uno, qué iba a haberlos, si yo estaba atacando según ellos a sus amados depredadores. Al contrario, alabanzas y más alabanzas, lloriqueos y ñoñerías a su favor.
Les diré algo: encuentro mucho más vulgar y de mal gusto, mucho más asqueroso y bestial, que un padre al que le han arrebatado la vida de su único hijo vaya a abrazarse con un imán que publicar fotos y vídeos de la masacre. Ese abrazo sí que me parece pútrido, infecto, y para mí simboliza el fin de la humanidad, el último y definitivo paso hacia el derrumbe de Occidente.
En ese abrazo se fundieron la cobardía y la alegría interna del imán, que sabe de antemano que ha ganado, que sabe que ese gesto del padre de una de las víctimas es el mayor acto de propaganda que pudiera tener su maldito fanatismo, su cruenta religión con sus promesas de no sé cuántas vírgenes paradisíacas y su enorme desprecio terrenal por las mujeres y los homosexuales.
Claro está, que tampoco ninguna feminista ni ninguna organización en defensa de los homosexuales dice esta boca es mía. Es más, en aquellas manifestaciones masivas de Estados Unidos en que las feministas llevaban encasquetados unos gorros rosados espantosos, no sólo no dijeron nada sobre la represión y los crímenes islamistas, además subieron al escenario a unas cuantas musulmanas a predicar la basureta de religión que las doblega y las convierte en potras, igualándolas a los animales, o rebajándolas incluso más.
Así que un abrazo, o montón de abrazos, de modo que otra vez flores, rezos, velas, y el espectáculo de "no tenemos miedo", en un dialecto que pocos entienden fuera de ellos. Un abrazo además separatista y regionalista, añadiría.
En no sé qué país europeo –creo que en Dinamarca–, varios activistas de lo pacífico salieron a las calles con carteles que animaban de la siguiente manera: "Abrace a un terrorista". Porque al parecer, según ellos, si abrazamos a los que vienen a masacrarnos, pues entonces podríamos evitar lo peor. O sea, evitar que nos maten lo mismo, no, pero sí no tan peor.
Bah.
Artículo publicado en Libertad Digital