Distintos gobiernos hispanoamericanos reaccionaron a la insinuación del presidente Donald Trump respecto a un posible uso de la fuerza para poner fin a la dictadura chavista en Venezuela. Mauricio Macri dejó claro que se opone a la utilización de esa vía para detener a Maduro.
Antes que él, el senador Federico Pinedo había manifestado en Twitter que rechazaba cualquier intervención norteamericana "en nuestra región" (sin considerar que Estados Unidos está más cerca de Venezuela que Argentina). Lo mismo hizo Juan Manuel Santos, en el piso de su popularidad después de forzar un acuerdo con las FARC, que los colombianos habían rechazado, el MERCOSUR como tal, Uruguay, Perú y México.
Todo sonaría a muy pacifista y legalista, si no fuera por el detalle de que, en los hechos, implica sostener el derecho del gobierno de Venezuela a tiranizar a sus ciudadanos, sin ser molestado. En Venezuela no hay paz, sino uso de la fuerza unilateral, que la postura tomada por estos gobiernos no quiere obstaculizar. Después de décadas de jugar la carta de los derechos humanos para inspirar actos declamatorios, se ratifica que cuando un gobierno se convierte al terrorismo de estado, no es un asunto de sus vecinos y prima lo que se denomina el "derecho de autodeterminación de los pueblos" en su versión fascista: el derecho de cada estado a aplastar a sus súbditos, al pueblo, sin intromisión extranjera. El derecho a la guerra unilateral contra los ciudadanos, en una versión de solidaridad gangsteril vestida de principismo y nacionalismo.
Se juntan varios problemas. Primero esa mala composición de lugar en cuanto a que se debe evitar una guerra o que Venezuela puede caer en una "guerra civil". La guerra está ocurriendo, solo que el bando agresor enfrenta gente desarmada y están estos gobiernos que con su pusilanimidad lo terminan justificando. Segundo, la mediocridad política que ha ganado en la región después de aquella maldecida década del noventa, en la que países como Argentina, Chile y Brasil, además de deshacerse del estatismo agobiante, habían dejado su actitud infantil frente a las naciones líderes, para sentirse corresponsables del mantenimiento de la libertad en el mundo y en el hemisferio en particular. Parte del trabajo del "socialismo del siglo XXI" ha sido demonizar aquella época, de manera que los políticos que los reemplazan optan por una cómoda amoralidad que los ponga sobre todo a resguardo de la crítica.
Macri acaba de ganar unas elecciones de medio tiempo a base de resucitar y resguardar de la ley a la señora Kirchner y asustar a los votantes con el riesgo a encaminarse nuevamente al destino venezolano. La violencia desatada por la guerra chavista contra su población le vino como anillo al dedo para esa estrategia. Con esos parámetros no podría sorprendernos que en realidad no quiera otra cosa que extender el statu quo y termine siendo un aliado estratégico de Maduro. Su oscilación entre palabras oportunas para la campaña y llamados al "diálogo", podrían explicar eso. Diversas fuentes indicaron que Macri pensaba que mantener a la señora Kirchner libre de los brazos de la justicia, era indispensable para su gobierno.
La postura de los vecinos de Venezuela no es ni pacifista, ni mucho menos principista, como acabo de decir. Es nada más la continuación de una mediocridad consistente en eternizar los problemas y no asumir responsabilidades ni riesgos, por parte de gobiernos que llevan adelante proyectos estatistas y prefieren el mantenimiento de las cosas como están, sin hacer olas. Declamaciones que los hagan ver bien ante la opinión pública y nada más.
Nuevamente es Estados Unidos quién es más importante para la libertad de los latinoamericanos y para su seguridad que sus propios gobiernos. Cuba ha realizado actos de guerra contra todos nuestros países desde la década del sesenta. Venezuela ha financiado y apoyado acciones ilegales de sus gobiernos amigos, constituyendo una alianza de tipo criminal que se opone a todos los principios declamados del sistema americano, pero la hipocresía de estos gobernantes del siglo XXI nos habla de que a la fuerza no se le puede oponer la fuerza, sino esa moda de predicar con las palabras vacías, mientras cobran impuestos para mantener sus ejércitos. Es la paz en Venezuela la que requiere actos de defensa efectivos, sin necesidad de pasar a los hechos, como señalé en un artículo anterior. Maduro necesita saber que se lo trata como un dictador y que un día puede pasar de agresor impune a polvo de una explosión. Cuando eso pase, negociará en serio. Obsérvese que su retórica todo el tiempo fue que "el imperio" estaba por atacarlo, pero en el único momento en que se insinuó que podía pasar, hablaron él y su secuaz Cabello como si se sintieran ofendidos y sorprendidos. Ellos también viven de la declamación y son valientes con los desarmados.
Trump no debió adelantar una amenaza sin comprometer a los mediocres gobiernos latinoamericanos, porque les dio la ocasión de adoptar esa postura cómoda y nefasta. El hecho de que ponga a su vicepresidente a la cabeza de una estrategia firme que haga entender a los chavistas que sus crímenes no les saldrán gratis, que haga que nuestros países asuman responsabilidades y terminen con las declaraciones, es la mejor señal desde que este desastre humanitario empezó.
Artículo de José Benegas publicado en INFOBAE.COM