Díaz-Canel y Lenín Moreno, un paralelo demasiado forzado

Díaz-Canel y Lenín Moreno

Siempre he escuchado decir que las comparaciones no son buenas; aunque inevitablemente el hombre siempre tiende a comparar. Esto resulta mucho más frecuente en el medio artístico, en el que a veces se hacen paralelos inadmisibles entre un cantante de pop y uno de los grandes tenores del momento; y peor aún, en la política, donde también se hacen comparaciones inverosímiles, que cuando son hechas por la gente común pudieran aceptarse al asumir que las multitudes son desconocedoras de los verdaderos móviles, características y posibles resultados de ciertos acontecimientos que en este campo acontecen; pero cuando son realizadas por aquellos que escribimos para los medios, ya seamos analistas políticos, periodistas – que la mayoría no lo son, o al menos no son titulares-, o escritores que colaboramos con ciertos sitios, pues resulta imperdonable que estos paralelos carezcan de sentido. 

Cada proceso social, movimiento político, doctrina sociopolítica, sistema social o modelo económico es único e irrepetible en la historia. Los intentos de revitalizar ciertos modelos, asumidos del pasado e importados desde lejanas tierras para adaptarlos a un contexto ajeno han conducido inevitablemente a su destrucción final.  

El caso del fracaso cubano, desde todas las aristas posibles, constituye un clásico ejemplo en este sentido. El paradigma soviético que Castro pretendió imponer a la fuerza en la mayor de las Antillas, jamás funcionó en una isla con fuertes tradiciones y costumbres que venían no solo de España y África; sino de los Estados Unidos de América, dado el protagonismo de este último país en el impulso económico cubano durante la primera mitad del pasado siglo XX. De ahí que a pesar de rectificaciones de modelos, nuevas conceptualizaciones, análisis de posibles errores, y hasta transformaciones en el dominio de los medios productivos, todo continúe en un estado de caos y en una crisis tras otra. Sencillamente el modelo socialista importado jamás funcionó; aunque algunos en su enajenación y sus fantasías lo creyeran.

Pero retomemos la idea de las comparaciones, y en primer lugar de aquellas que como dije antes, carecen de sentido. Por estos días ha aparecido un artículo que desde el punto de vista formal, es decir, de aquello que el gran José Martí llamó la esencia, resulta correcto; aunque lamentablemente en su contenido no lo es.

Dejando a un lado – por cuestiones éticas–  su título, nombre del autor, sitio donde se publicó, etc., tratemos de explicar a los lectores – porque también es ético proclamar lo que considero verdadero y tratar de hacerlo bien– el por qué de lo que creo un error al forzar una comparación que carece de sentido.

Miguel Díaz-Canel, el primer vicepresidente cubano, del que tanto se ha especulado en relación a la posibilidad de su sucesión en la dinastía castrista, aunque él no es precisamente uno de los Castro, no reúne esas condiciones ideales a las que se refirió Platón desde los lejanos tiempos como para poder ser un buen gobernante. Independientemente de que estemos o no de acuerdo con la idea de un continuismo político para la nación cubana, o que nos gustara desaparecer el comunismo de la faz de la tierra, el hombre maduro que comenzara en las andanzas socialistas en sus tiempos mozos resulta limitado para ocupar el trono cubano, y su rol de segundo lo ha asumido justo como lo que es: un segundo.  

Sus limitadas participaciones en los asuntos que verdaderamente son definitorios para el curso del régimen, son una prueba de lo secundario de su papel en el poderío dictatorial de los Castro. Su retórica oratoria – asumida desde una óptica más que conservadora, ridícula e inaceptable en el actual contexto- deja mucho que desear para un futuro presidente, si es que aceptamos la idea de aquel continuismo del que tanto se ha especulado.

En el artículo que consulté hace unos días se hace referencia a las espectrales sombras de los anquilosados militares, que cuales “ángeles” tutelares, se encargarían de vigilar cada uno de los pasos del futuro presidente, principalmente cuando este tenga que enfrentar las realidades escondidas durante más de medio siglo, y exponer la verdad a un pueblo que le ha tocado vivir inmerso en las falsedades de un sistema totalitarista que exterminó hasta la posibilidad de pensar, lo que en mi opinión no solo es especulativo, sino una fantasía onírica carente del necesario rigor como para ser publicado.  

Sin rodeos, el secretismo de estado es tal que nadie sabrá a ciencias ciertas quien podrá ser su futuro presidente y cualquier hipótesis más allá de esto es pura especulación, por lo que carece de sentido estar cuestionándose acerca de determinados personajes que podrán aparecer en la futura escena cubana.

Pero el mayor disparate ha sido intentar hacer un paralelo entre la figura de Díaz-Canel y la del actual presidente de Ecuador, Lenín Moreno, por el hecho de que este último ha asumido una actitud muy digna – independientemente de que estemos en el caso de una continuidad partidista; aunque con un desprendimiento, al parecer radical, de todo vestigio de socialismo del siglo XXI– al proclamar la verdad del desastre económico, de la corrupción y del despilfarro, que ha dejado el dictador Rafael Correa tras su retirada del poder hace dos meses, lo que unido al escándalo de Odebrecht – que implica al vicepresidente Jorge Glas y al contralor Carlos Pólit-, y a una millonaria deuda que asciende a los casi 60 mil millones de dólares,  caracterizan el panorama ecuatoriano con el que comienza su mandato Lenín Moreno. 

En fin, como diría Ralph Waldo Emerson, y no José Martí como se cree, “cada uno a su oficio”. Es preferible que cuando algunos “periodistas” no tengan conocimiento de causa se limiten a tratar asuntos relacionados con suspensiones de licencias para particulares y precios de los boteros, o reproduzcan algunas vivencias contadas por migrantes a modo de noveletas rosas,  y se aparten de los análisis políticos, principalmente cuando estos sean comparativos, donde son patentes sus grandes lagunas, lo que les hace caer en el descrédito de los lectores, para quienes se supone trabajemos.

La dramática historia de la “Cuba revolucionaria” (Enero de1959 hasta el presente) no tiene absolutamente nada que ver con la década tenebrosa del régimen dictatorial de Rafael Correa (Enero de 2007-mayo de 2017). Se trata de socialismos diferentes. En el caso de Cuba fue una copia casi exacta – hasta donde fue posible- del anquilosado modelo de la desparecida URSS, de ahí que desde los años iniciales del proceso se eliminara de manera radical la propiedad privada de los medios de producción, algo que no fue posible aplicarse de manera definitiva en la nación andina, en la que a pesar de las leyes y enmiendas dispuestas por Correa no pudo quedar abolida la libertad de pensamiento y de expresión en su totalidad como en el caso de Cuba, por solo poner uno de los tantos ejemplos que diferencian marcadamente la modalidad socialista en ambas naciones.

De hecho, y esto es algo muy personal, considero que jamás existió un socialismo en Ecuador. Las frasecillas retomadas por Correa: “hasta la victoria siempre”, el marcado totalitarismo y la pretensión de un control absoluto, amén de la reiteración del término socialismo en todo momento, no dan la medida de la existencia de un socialismo en aquel país; aunque sí de un régimen dictatorial.

Así las cosas, cuidado con las comparaciones, sobre todo cuando se hacen a la fuerza como en el caso de un imaginario futuro presidente cubano y un presidente recién electo en Ecuador en contextos completamente diferentes. El paralelo es demasiado forzado, tal vez fuera el pretexto para escribir algo diferente; pero reitero el verso de Emerson: “cada uno a su oficio”.

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