Truco favorito del capitalismo de amigos: Más regulación
Muchos de los que rechazan el capitalismo en favor de alguna "tercera vía" lo hacen porque a menudo lo confunden con el amiguismo corporativo gubernamental, que es una perversión del mercado libre. Sí, Washington y los grandes bancos están confabulados. Y sí, muchos países en desarrollo han cambiado al comunismo por oligarquías pseudo-capitalistas. Pero en los países que han comenzado a extender la verdadera libertad económica de las masas, la actividad capitalista ya ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza extrema.
Afortunadamente, una nueva pieza en la revista The Economist ofrece una medicina útil contra la confusión, insistiendo en la distinción entre el amiguismo y el capitalismo a la vez que apunta a algunas señales esperanzadoras de que una creciente clase media en todo el mundo está ganando el poder para luchar contra las estructuras de poder que todavía ponen a millones fuera del juego de la creación de riqueza. Mis reservas acerca del artículo es que se presta a una mala interpretación de la era progresista en Estados Unidos, y en el proceso, deja sin descubrir el truco favorito del capitalismo de amigos.
De acuerdo con lo escrito, el capitalismo de amigos en Estados Unidos "alcanzó su apogeo en el siglo 19, y produjo una larga y parcialmente exitosa lucha contra los robber barons. Las normas antimonopolio rompieron los monopolios, como la Standard Oil de John D. Rockefeller. El flujo de sobornos a senadores se contrajo”. Más tarde, se dice a los lectores que, si bien los países en desarrollo están haciendo progresos contra el capitalismo de amigos, “los gobiernos necesitan ser más diligentes en la regulación de los monopolios”.
Ciertamente, a los monopolios no se les debe permitir funcionar descontrolados. Si The Acme Global Meat Trust trata de usar amenazas y sobornos en Washington para operar por encima de la ley, si utiliza al Tío Julio como un ingrediente clave en su próximo lote de comidas felices congeladas al estilo de Upton Sinclair en The Jungle, ellos deben ser procesados, y no sólo a la corporación como una entidad legal también los jugadores corporativos particulares que realizaron los hechos.
Pero perderemos algo importante si la inquietante revelación de Upton Sinclair a principios del siglo 20 de la insuficientemente regulada industria empacadora de carne es todo lo que viene a la mente cuando pensamos en negocios y regulación. Tanto durante como después de la era progresiva, las grandes empresas —incluyendo la industria empacadora de carne— de hecho fomentaron y animaron un régimen de regulaciones federales complejas. ¿Por qué? En parte, para poner en desventaja a sus competidores más pequeños.
Los grandes monopolios de la época, así como los oligopolios que surgieron a raíz de la era de la ruptura de monopolios, se beneficiaron de la furia reguladora porque estaban mejor situados que los nuevos competidores de escala familiar para dominar el creciente conjunto de regulaciones federales y estatales. Políticos y burócratas se beneficiaron, por su parte, mediante la obtención de nuevas oportunidades de buscar sobornos y contribuciones de campaña en un proceso interminable de ajustes, vueltas a ajustar y la forma discrecional de aplicación del cada vez más complejo cuerpo de regulaciones.
Las siguientes generaciones de progresistas en Europa y Estados Unidos han estado aplicando la estrategia desde entonces, haciéndola ver a sí mismos y al público como una lucha por el pequeño emprendedor. Funciona muy bien como una retórica populista, pero no siempre ha funcionado igual de bien para el pequeño individuo real tratando de construir un nuevo negocio y crear puestos de trabajo. Los reglamentos hacen que sea más difícil para el empresario futuro el competir contra las grandes empresas, atrincheradas, porque no puede él permitirse el ejército de abogados, cabilderos y especialistas de readaptación necesarios para hacer frente a todas las regulaciones y los reguladores.
El juego reglamentario es un truco ingenioso para dejar afuera a competidores más pequeños, pero también es inmoral y culturalmente degradante, ya que fomenta el éxito económico parasitario buscador de rentas en lugar del éxito económico a través del trabajo duro, la innovación y el servicio al cliente.
Para un par de ejemplos contemporáneos, piense en los bancos y las granjas.
Los bancos primero. Libros recientes como el de Jay Richards Infiltrated, el de Peter Schiff The real crash, y el de Peter Wallison Bad history, worse policy exploran cómo una serie de intervenciones gubernamentales quisquillosas en el mercado privilegiaron a grandes instituciones financieras, precipitando la crisis financiera, y como la ley Dodd-Frank y las “reformas" que siguieron en realidad han empeorado las cosas, como lo demuestra el hecho de que el proceso de fusiones bancarias se ha mantenido a buen ritmo desde que las reformas entraron en vigor.
En cuanto a las granjas, el libro de Joel Salatin Everything I want to do is illegal es una buena primera parada para aprender acerca de cómo el gran gobierno y la gran agroindustria han trabajado a la par poniendo en desventaja a granjas más pequeñas e innovadoras. Salatin muestra en doloroso detalle a los burócratas bien intencionados pero a menudo despistados actuar como el brazo largo de un sistema amañado, por el que es difícil o imposible para la agricultura familiar el procesar y comercializar directamente a los clientes usando métodos que a menudo son más saludables que los tecnológicamente más remilgosos y caros métodos sancionados por el gobierno y favorecidos por las grandes granjas industriales.
El artículo de la revista The Economist pone fin a algunas de las confusiones acerca de la naturaleza de la libertad económica y siembra las semillas de la esperanza cuando se anuncia que "una revolución para salvar al capitalismo de los capitalistas está en marcha." Pero esa revolución resultará fallida si el truco favorito del capitalismo de amigos no se revela, derrota y pone en fuga.
Instituto Acton