La Enmienda Platt: El Vacío de Soberanía en la Constitución de 1901

Enmienda Platt

La Enmienda Platt: El Vacío de Soberanía en la Constitución de 1901. Antecedentes. Efectos Inmediatos y Mediatos

Introducción

La Constitución de 1901 daría nacimiento a una nueva nación, Cuba, con personalidad jurídica internacional, pero con limites en su actuar soberano. Los cubanos habían pagado un altísimo precio, quizás el más costoso de todas las naciones americanas, por su separación definitiva de España y en los umbrales del siglo XX, Cuba se prestaba pronto a nacer. Sin embargo, ciertos factores históricos harían que la fiesta de celebración no fuera satisfactoria de manera absoluta. Con la independencia y la aprobada Constitución de 1901, se venía una nueva batalla por la soberanía nacional que no se pelearía con machetes, sino con el parlamentarismo.

Cuba había ganado la guerra a la decrepita España. Una guerra iniciada en 1868, con un intervalo de diecisiete años de paz turbulenta. Pero la guerra no fue ganada sin el apoyo de la emergente potencia norteamericana, la cual, en cierto modo, buscaría limitar la soberanía del naciente estado cubano sobre su territorio. Entonces surge la idea de imponer a los cubanos una carga legal, que garantizara a los estadounidenses un control factico y de jure sobre Cuba. Nacería así, la infame Enmienda Platt. La cual tendría efectos nefastos para la naciente nación, no inmediatos para esa época, sino algunas décadas después.

La Enmienda Platt: El Vacío de Soberanía en la Constitución de 1901. Efectos Inmediatos y Mediatos

Antecedentes a la Enmienda

Entiéndase en qué situación quedó Cuba después de los tres periodos de guerras independentistas. El país estaba desbastado económicamente. La mayor industria, la producción de caña de azúcar se había visto afectado por los efectos de la beligerancia. De los 500 centrales azucareros que operaban en 1895, apenas unos 217 quedaban activos en 1901, habiendo un déficit productivo de cerca de un 75% (Lopez Civera, n.d.). El peor de los dramas de la Guerra fue en sentido demográfico. De acuerdo al censo poblacional realizado por los españoles en 1887, Cuba tenía una población de 1 638 687 habitantes. Para 1899, el censo realizado por el gobierno militar norteamericano arrojaría una población de 1 572 797 habitantes, significando un brusco descenso demográfico (Lopez Civera, n.d.). Se calcula que entre 200 y 400 mil cubanos perdieron la vida, ya sea en el conflicto, o por hambre y enfermedades. A esto súmele la evacuación de la Isla, por parte de las autoridades coloniales, trayendo mayor decrecimiento poblacional (Lopez Civera, n.d.).

EE UU entonces tenía que asumir un rol mayor en el establecimiento de Cuba como nación independiente. Casi se podía afirmar que los destinos del país, si no eran supervisados por otra nación ya establecida, podían terminar en un desastre aún mayor. Desde el momento en que el gobierno militar asume el poder en la Isla, se buscó en alguna medida aliviar la crítica situación de un país, donde, además, habían más de 600 mil personas mayores de 10 años analfabetas. El difícil acceso a la educación hacia que la población nativa no estuviese preparada para el trabajo intelectual. Se hizo necesario entonces construir escuelas, hospitales y demás infraestructuras. De igual manera para 1899 el transporte y las telecomunicaciones estaban en una fase precaria. Cuba no poseía una extensa red de líneas férreas, y menos aún carreteras pavimentadas que uniesen urbanidades distantes como La Habana y Santiago de Cuba. Como colofón de un sinfín de tareas que el gobierno militar tuvo que acometer entre 1899 y 1901, estaban también el entrenamiento de las nuevas fuerzas armadas, que pasarían de ser un ejército irregular a una fuerza profesional (Lopez Civera, n.d.).

Por todo esto, la opinión que se hacia la sociedad norteamericana acerca del pueblo de Cuba, era que este difícilmente pudiera funcionar como nación civilizada. Muchas voces, quizás por buena o mala fe, se levantaban desde Washington DC, declarando que no se podía abandonar a Cuba ahora que era independiente, pues tenía que recorrer un camino aún más tortuoso que la guerra misma. Una de esas voces sería la del senador republicano por Connecticut Orville Platt. Había llegado al Senado de los EE UU en 1879 y allí estaría hasta su muerte en 1905 (Congreso de los EE UU, 2017). Durante su periodo como legislador la historia le daría la oportunidad de relacionarse con Cuba, y de una manera muy particular.

Convencido de que los cubanos, sin la supervisión de los EE UU, no podrían gobernar Cuba, yendo la nación al fracaso, meditó entonces en la manera de cómo garantizar al Gigante del Norte mantener algún tipo de potestad legal sobre la pequeña isla antillana. Al mismo tiempo, conocía que una vez abandonada Cuba por los soldados estadounidenses, el pueblo de Cuba no aceptaría una intervención futura, a menos que existiesen los canales legales para ello. Motivado también por otras razones menos ortodoxas, quizás de facilitarle las cosas al capital norteamericano, decide presentar el proyecto de Ley, conocido como la Enmienda que llevaría su nombre, al Senado de EE UU, el 27 de febrero de 1901. La Casa de Representantes lo ratificaría en marzo 2 y finalmente el presidente William McKinley lo promulgaría al día siguiente (En Caribe , 2017).

Siempre nos quedará la duda, si detrás de todo esto había mezquinos intereses de Platt, para que los inversores norteamericanos obtuvieran ventajas comerciales. Ante las dudas, siempre hay que evocar el viejo principio legal que dice “in dubia pro reo”, o sea la duda favorece al acusado. Sin embrago, tenemos el testimonio del historiador cubano, Herminio Portell quien en 1933 reveló haber tenido en su poder una carta que Platt le había enviado a cierto hombre de negocios de apellido Atkins, donde Platt le declaraba que “enmienda es un sustitutivo de la anexión, porque había una foolish Joint Resolution que impedía a los Estados Unidos hacer la anexión” (La Villa, n.d.). No es fácil conocer si estas palabras de Portell son ciertas o no, pero no resultaría descabellado creerlas.

Lo complicado del asunto era que una Ley sancionada en EE UU no podría tener efectos en otro territorio extranjero, por el principio de extra-territorialidad de la Ley. Entendemos como este principio la incapacidad de cualquier estado de legislar en asuntos que ocurran dentro de los límites jurisdiccionales de otro estado (Sanz Hermida, 1999). Es por eso que la iniciativa legislativa del Sr. Platt necesitaba de una ratificación por parte de los propios cubanos.

A la sazón de estos acontecimientos que ocurrían a orillas del frio Potomac, en la isla caribeña, tenían lugar acalorados debates. Desde el mismo fin de la Guerra en 1898, distintos personajes destacados durante el conflicto bélico se habían decidido reunir para dotar al país de un texto constitucional que legitimara la independencia. Distintos puntos de la geografía cubana, desde Santa Cruz del Sur, hasta Marianao, el Cerro y finalmente el Teatro Martí, fueron testigos de infortunas deliberaciones políticas, donde en casi nada, casi nadie se ponía de acuerdo. Desde el licenciamiento del Ejercito Libertador; la solicitud de un empréstito; hasta si los extranjeros que habían peleado por la libertad, podían ocupar la presidencia (Lopez Civera, n.d.), en franca alusión a Máximo Gómez, sacudían la ligera unidad que naufragaba, creando espacios que en cierto modo confirmaban las acusaciones de Platt: los cubanos no sabían dirigirse.

Sin embrago, la desunión entre los distintos asambleístas, puesta de manifiesto con la creación de al menos cuatro partidos políticos, el Republicano de La Habana, el Nacional Cubano, la Unión Democrática y el Federal de Las Villas (Lopez Civera, n.d.), podía volverse en una abierta unión si acaso, alguien sospechaba que la anhelada independencia, por la cual se habían desangrado en varios años de guerra, se podía ver truncada. Así que el gobernador militar norteamericano, Leonardo Wood, invita a los constitucionalistas a una cacería en la Ciénaga de Zapata, para comunicarles la decisión del gobierno estadounidense de anexar la Enmienda Platt a la Constitución que, para esa fecha de 1901, estaba a punto de ser redactada (En Caribe , 2017). Le estaba como poniendo azúcar al café.

La noticia provoco una respuesta casi airada por parte de la mayoría de los asambleístas, siendo los más feroces antagonistas, Salvador Cisneros Betancourt y Juan Gualberto Gómez. En abril 11 de ese mismo año, una Comisión presidida por Domingo Méndez Capote, viajaría a EE UU para aclarar ciertos puntos que al parecer levantaban las sospechas de los cubanos, sobre las intenciones de los norteamericanos. En abril 24, Méndez Capote se reunió con Elihu Root, Secretario de Guerra norteamericano, quien prometería que la soberanía de Cuba no correría peligro con la Enmienda, sino todo lo contrario. Méndez Capote regresaría a Cuba para convertirse en uno de los defensores de la Enmienda (En Caribe , 2017).

Así la Enmienda Platt encontraría algunos defensores, pero sin dudas, una mayoría de detractores. Mas, ¿qué podía hacer tan antipática dicha normativa legal, para los cubanos? Empecemos por decir que la enmienda constaba de 8 artículos. Los dos primeros artículos disponían que Cuba no podría concertar ninguna alianza con otra nación extranjera, que menoscabara la independencia de Cuba; así como que tampoco Cuba podría asumir deudas publicas demasiado onerosas (UNAM , n.d.). Aun cuando la idea parece generosa, y que demuestra un afecto desmedido del gobierno de EE UU hacia Cuba, lo cierto es que resulta en la práctica ridículo suponer que el pueblo cubano, después de haberse rebelado contra el colonialismo, simplemente volvería a desear convertirse en otra colonia. Al mismo tiempo, la imposición de no asumir deudas excesivamente onerosas que pudieran poner en riesgo la soberanía cubana dejaba un sabor indiscutible a amarga hipocresía. EE UU habían otorgado empréstitos a Cuba, que prácticamente ahogarían a la futura república.

Los artículos III y IV daban a los EE UU el derecho de intervenir en Cuba, cada vez que lo estimasen necesario, así como la aceptación por parte del futuro gobierno de Cuba, de todas las disposiciones y negociaciones llevadas a cabo por el gobierno militar norteamericano (UNAM , n.d.). Sin duda estas tenían un tinte más agresivo y debieron poner en alerta a los constituyentes cubanos. De esta manera, Cuba aceptaba la intromisión directa de su aparente aliado, en cualquier asunto que en cierto modo no sea del todo conveniente para los estadounidenses. En la práctica, Cuba se convertiría en un protectorado. El siguiente articulo V establecía un carácter más humanitario, al exigirle al gobierno de Cuba una política de saneamiento y trabajo profiláctico en contra de la propagación de enfermedades (UNAM , n.d.). Una vez más, aun cuando la idea era buena y afectiva, resultaba humillante para el pueblo de Cuba que una potencia extranjera tuviera que exigir el trabajo de prevención de enfermedades. Los cubanos eran tenidos como portadores de enfermedades que ponían en peligro los intereses yanquis en Cuba así como a los estados del sur.

Sin embrago después de la frescura y alivio que resultara el Articulo V, los dos siguientes volverían a tocar la sensibilidad soberana de los cubanos. En el VI, Cuba renunciaba a su soberanía sobre la Isla de Pinos, la segunda más grande del archipiélago cubano (UNAM , n.d.). mientras que, en el VII, EE UU tendría el derecho de establecer bases navales dentro del territorio nacional cubano. Dichas bases, así como la Isla de Pinos, tendrían un estatus especial, puesto que serían administradas por los propios EE UU. Sin dudas, estos dos artículos eran un golpe demoledor a las aspiraciones libertarias de los cubanos.

Por último, todas las anteriores disposiciones, serían el objeto de otros tratados concertados de manera permanente, a tenor de lo dispuesto en el Artículo VIII de la Enmienda, entre Cuba y los EE UU (UNAM , n.d.). Apenas unos meses después de comenzar la Republica, Cuba comenzaría la firma y ratificación de tratados leoninos con EE UU, viéndose moralmente perjudicada.

El proceso asambleísta y la aprobación de la Enmienda.

Así las cosas, los asambleístas quedaban con la pelota en su terreno. Tenían la obligación moral de aceptarla o rechazarla. Posiciones enconadas en un principio hicieron del debate sobre si aceptar o no la Enmienda como un Apéndice Constitucional otro campo de batalla. Juan Gualberto y Cisneros Betancourt, así como Manuel Sanguily habían tenido sus desavenencias con el propio Máximo Gómez, mucho antes de comenzar el proceso asambleísta en el Cerro. La visión de los antiguos miembros del Consejo de Gobierno de la Republica en Armas, chocaba con la de los humildes soldados que conformaban las filas del Ejercito Libertador. Las pugnas entre Gómez y la Asamblea llegaron a tal nivel, que uno de los asambleístas, el General Silverio Sánchez Figueras, se ofreció voluntariamente a dirigir un hipotético Pelotón de Fusilamientos contra el propio Generalísimo, en caso de que este desoyera a la Asamblea (Torres Alpizar, 2017).

Al final semejante desentendimiento trajo al traste las dos peores decisiones: una licenciar al Ejercito Libertador y la otra disolver la propia Asamblea del Cerro (Torres Alpizar, 2017). Dicho escenario se complicaría aún más con la nomenclatura ideológica que formaría la nueva Asamblea Constituyente que vociferaba desde el Teatro Martí. Algunos de sus miembros eran hombres educados en los EE UU, que no veían con buenos ojos la manera antagónica con la que algunos cubanos pretendían hacer política. Algunos de ellos con nobles ideas, como los frescos y jóvenes patriotas Gonzalo de Quesada y Mario García Menocal, que no podían preconizar el mismo devenir patriótico popular y díscolo en cierto modo de Juan Gualberto, Sanguily, Cisneros Betancourt, Enrique Villuendas y José Miguel Gómez (Torres Alpizar, 2017).

A estos grupos se juntaban además personajes muy complicados, envueltos en la corriente autonomista, tales como Bravo Correoso y Miguel Gener, quienes no tendrían nunca una forma anticipada de averiguar hacia cual tendencia se inclinarían. Aunque, a decir verdad, como andaban las cosas en medio de la Asamblea, era muy difícil pronosticar como se manejaría el asunto de le Enmienda Platt. Sin embargo, para la primavera de 1901, una rotunda mayoría de los 31 delegados constituyentes se oponían a tal imposición. Conocido esto por el Secretario de Guerra norteamericano Root, por medio de ciertas solicitudes hechas por la propia Asamblea, no tuvo más reparo el yanqui que rechazar toda clase de recomendaciones que algunos asambleístas habían anticipado para aliviar los efectos de la Enmienda Platt (En Caribe , 2017). De este modo, una comisión conformada por Villuendas, Gonzalo de Quesada y Diego Tamayo, recomendaban aprobar la enmienda y anexarla a la futura constitución (En Caribe , 2017).

El 12 de junio de 1901 se escogería como día definitivo para dirimir el asunto de la Enmienda Platt. La votación terminaría 16 votos a favor, contra 11 en contra. Cuatro asambleístas no asistirían o se abstuvieron a votar. Los ausentes serian José Luis Robau y Miguel Gener, quienes desde un principio había mostrado sus antipatías hacia la enmienda. Por su parte el propio Bravo Correoso y el General Juan Rius Rivera, se abstuvieron de votar (La Villa, n.d.). Sorpresivamente Sanguily y José Miguel votarían a favor de la enmienda mientras que el Dr. Alfredo Zayas lo haría en contra (La Villa, n.d.).

Sanguily explicó por qué su repentino cambio de opinión con relación a su voto. En sus propias palabras hacia la Asamblea, dijo “porque es una imposición de los Estados Unidos contra la cual toda resistencia sería definitivamente funesta para las aspiraciones de los cubanos" (La Villa, n.d.). En otras palabras, el dominio que había establecido EE UU sobre la Isla de Cuba, así como la ya probada incapacidad de los propios cubanos para poder gestionar la vida pública de la naciente nación, hicieron de la Constituyente un blanco demasiado fácil para oponerse: o se aceptaba la Enmienda, o jamás habría república.

La Enmienda Platt en Acción: sus Efectos Inmediatos.

Los efectos de la Enmienda Platt empezaron a sentirse al cabo de casi dos años. Después de la meteórica elección presidencial de 1901, donde saldría elegido Tomas Estrada Palma, sin oposición y sin estar presente en Cuba (Ecured, 2017), hubo tanta euforia nacional que algunos hasta olvidarían a la Enmienda Platt, la cual, como Espada de Damocles, pendía sobre sus cabezas. Asumiendo Estrada Palma el poder en mayo 20 de 1902, el nuevo gobierno tendría que solventar la dificultad de un país todavía en ruinas; que aún no poseía una fuerza militar ya establecida profesionalmente; una enorme deuda publica concertada con los EE UU y para colmo de males, lidiar con el problema de la Enmienda Platt (Ecured, 2017).

Es justo consignar que, en un cierto sentido, la revisión comunista de la Historia cubana le ha dado un papel poco digno al que fuera el primer mandatario de la República de Cuba. Se ha establecido la tesis que Estrada Palma fue el autor de la Enmienda Platt y que esta fue el resultado de la visión anexionista y pro-yanqui del veterano patriota. Más que demostrado que Estrada Palma no tuvo nada que ver ni con la redacción del texto legal, ni con su introducción, deliberación y posterior aprobación por los delegados de la Constituyente de 1901.

Estrada Palma solo heredó una nación en circunstancias complicadas y trató de hacerlo lo mejor posible, impulsando una política de ahorro y austeridad, e interpretando en lo máximo conveniente lo establecido según la Enmienda (Ecured, 2017). De este modo no le quedó más remedio al nuevo gabinete que negociar los tratados más leoninos que alguna nación se viera obligado a firmar. Entre ellos tenemos el Tratado de Bases Navales y Carboneras de febrero 23, de 1903, firmado, dada su magna importancia, por los propios presidentes de Cuba, Tomas Estrada Palma y de los EE UU, Theodore Roosevelt (Yale Law School, 2008).

Este tratado, amparado bajo el Articulo VII de la Enmienda Platt, era el comienzo de la permanente presencia de soldados norteamericanos en suelo cubano a cambio del pago de un arrendamiento. Lo complicado del asunto era que dicha presencia sería de manera perpetua, lo cual traería como consecuencia que, en la práctica, Cuba perdería su soberanía sobre ese territorio. De acuerdo a dicho Tratado, Cuba entregaría tres porciones de sus costas, para el establecimiento de las bases navales: uno en Guantánamo, otro en algún punto del litoral norte occidental de Cuba, probablemente entre La Habana y Matanzas y otra en Bahía Honda, Pinar del Rio (Yale Law School, 2008). Se hace obligatorio expresar que Estrada Palma lograria que los efectos de dicho Tratado se hicieran sentir solo en la Bahía de Guantánamo, pues nunca EE UU pudo llevar adelante su plan de establecer las otras dos bases.

Otra importante victoria diplomática de Estrada Palma, o mejor dicho de su embajador en Washington, el ex constituyente Gonzalo de Quesada, un hombre que conocía al dedillo los vericuetos de la enmienda, fue la firma del Tratado sobre Isla de Pinos, conocido popularmente como Tratado Hay-Quesada, ya que fue suscrito entre el Secretario de Estado norteamericano, John Hay y el ya mencionado diplomático cubano, de Quesada (Sorhegui D'Mares, 2015). Firmado en julio 2 de 1903, establecía el reconocimiento por parte del gobierno norteamericano, de la soberanía de Cuba sobre le Isla de Pinos (Sorhegui D'Mares, 2015). Los efectos del odioso articulo VI se comenzaban a paliar en cierto sentido.

Sin embargo, no fue así con el más temible de todos los artículos, sin duda el III. El mismo que otorgaba a los EE UU el super poder de intervenir militarmente en Cuba cada vez que lo estimase conveniente. La primera piedra en el zapato de una Republica que nacía enferma, sobrevino a solo pocos años de comenzar. La política doméstica, sobre todo desde el Congreso se empecinaba en hacerle las cosas aún más difíciles al nuevo gobierno. Los díscolos de siempre, aquellos apasionados patriotas, que amaban a Cuba, pero al mismo tiempo la celaban con celo psicótico, o sea Sanguily, Villuendas, José Miguel, Juan Gualberto, Quintín Banderas y otros, se juntaron todos dentro del llamado Partido Liberal (Zeuske, n.d.), el cual opuesto diametralmente a Estrada Palma, obligaría a este a encontrar refugio partidista en el Partido Moderado (Ecured, 2017).

El ya común denominador de todos los males cubanos, la desunión y la falta de sapiencia para poder dirimir cualquier conflicto sin tener que llegar a la violencia, quedaron expuestos ante las elecciones generales de 1905, las primeras después de haberse instaurado oficialmente la Republica de 1902. Algunos factores hicieron de este proceso eleccionario un marco propicio para la desidia. Uno de ellos fue la muerte de Máximo Gómez, acontecida en junio 17 de 1905 (Diaz Martinez, 2010). Gómez, a pesar de no contar con amplias simpatías entre los liberales de siempre, era un patriota muy querido y respetado por todos. Su muerte significo la ruptura del lazo que podía servir como mediador en cualquier conflicto.

El otro factor tuvo que ver con la ausencia de una Ley Electoral efectiva, puesto que lo anteriormente dispuesto, en 1899, otorgaba amplísimas facultades al poder ejecutivo, en aquellos años en manos del gobernador Wood (Ecured, 2017). Ahora no resultaba justo que el propio poder ejecutivo estipulara y regulara como debían ser las elecciones. Lo enconado de la disputa electoral, hizo que, tras algunos hechos de violencia, los liberales se retiraran de la contienda, y con ello, un posterior alzamiento militar en agosto 17 de 1906, conocido en la historia de Cuba, como “Guerrita de Agosto” (Zeuske, n.d.).

Los liberales, aunque no tenían una mejor organización, supieron sacar provecho del factor sorpresa, logrando algunos buenos resultados. Sus filas estaban formadas por la mayoría de los ex oficiales negros y de una buena cantidad de blancos pobres. Con un mejor liderazgo, obtendrían una insuperable victoria en la batalla de Wajay, en septiembre 14 de 1906 en donde el General Enrique Loynaz del Castillo dirigió la última carga al machete en la historia de Cuba, la cual tendría como víctimas y victimarios, de forma humillante, a los propios cubanos (Prosa Modernista, 2017).

Tras este hecho, Estrada Palma, cansado quizás por las continuas maniobras en su contra, convencido quizás de que los cubanos eran un pueblo sin la más mínima capacidad civilista, se niega a aceptar cualquier mediación y en solo unos días zarpa hacia Cuba el acorazado Des Moines, con hombres a bordo y una sola idea: aplicar lo dispuesto en el nefasto Articulo III de la Enmienda Platt (Jimenez Gonzalez, 2016). Así las cosas, la primera experiencia republicana pasa con más penas que glorias y termina dejando un gusto amargo.

En septiembre 29 de 1906, William Taft, entonces Secretario de Guerra norteamericano, asume el poder como nuevo gobernador militar, cargo que luego ocuparía el juez por Nebraska, Charles Magoon, y que se extendería hasta enero 28 de 1909 (Jimenez Gonzalez, 2016). Resultaba curioso que una nación soberana fuese ocupada en virtud de lo que establecían sus propias leyes, en este caso, el Apéndice Constitucional, conocido como la Enmienda Platt.

La Enmienda Platt por su parte seguiría siendo la base para cualquier chantaje político de Washington hacia La Habana. Después de 1909, los cubanos perdieron la noción de que EE UU era un aliado amistoso, sino más bien un interventor descarado que solo buscaba solventar sus propias ansias de expansión, a costa de sus más cercanos vecinos, a los cuales trataría como en una suerte de tras-patio. Tras los hechos de la Guerrita de Febrero de 1917, el presidente Woodrow Wilson enviaría a Cuba al General Enoch Crowder, quien actuaría como procónsul para Cuba, desde ese año, hasta 1920 (Lamrani, 2015). Todo esto en detrimento de la moral del presidente Menocal y de la del propio pueblo de Cuba.

Para 1930, estaban creadas las estructuras de un profundo sentimiento anti norteamericano que fácilmente aprovechado por algunos inescrupulosos y por otros ilusos, hicieron aflorar las ideas comunistas y socialistas y en el peor de los casos pro-soviéticas. En un momento en que Julio Antonio Mella, Carlos Baliño y Rubén Martínez Villena, líderes comunistas, contrarios a los intereses norteamericanos, propugnan la convicción de que oponerse a los EE UU, significaba una posición revolucionaria y de vanguardia. A su vez, el General y Presidente de Cuba desde 1925, Gerardo Machado intentaba establecerse por más tiempo en el poder, y estalla la Revolución de 1930. Una vez más, EE UU envía un emisario a Cuba, en este caso, Summer Welles, quien no solo impide el ascenso de los comunistas al poder, sino el de otros elementos nacionalistas (Lamrani, 2015).

Oficialmente, en 1934, Cuba y los EE UU suscriben un nuevo Tratado de Relaciones que dejaban sin efecto a la Enmienda Platt. La hija contumaz del senador Orville acababa de morir (Collado, 2017). Eran otros los tiempos y EE UU deseaba limpiar su imagen con sus vecinos del sur. El entonces presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt había comprendido que las antipatías contra su país habían crecido demasiado, alimentando el amor pro-comunista entre sus adversarios (Collado, 2017). Pero sin dudas, el que intentaba ser ahora un vecino respetuoso, había dejado un mal antecedente.

Los Efectos Mediatos de la Enmienda Platt.

Si bien era cierto que Cuba nacía constitucionalmente en 1901 y de manera oficial un año después, la Enmienda Platt tuvo efectos desbastadores en la formación de una conciencia nacionalista y soberana. Aun cuando podamos decir que la enmienda en cuestión no alteró mucho el orden político de la nación, sino que más bien actuó en correspondencia con la propia incapacidad de los primeros funcionarios públicos de la Republica, siempre estuvo ahí, velando cualquier incapacidad humana para hacerse notar. Cuba se convertía en un país libre nominalmente, pero con una soberanía cercenada.

En palabras del propio gobernador militar Wood, en carta a Roosevelt en octubre 28 de 1901, le dice: “Queda, por supuesto, muy poca o ninguna independencia real a Cuba bajo la Enmienda Platt. Los más sensatos de los cubanos lo reconocen así, y creen que lo único consecuente que hacer ahora es buscar la anexión. Esto, sin embargo, tomara algún tiempo (…) creo que ningún gobierno europeo considera que Cuba sea otra cosa que una dependencia de los Estados Unidos (…)” (La Villa, n.d.). Su peor daño fue quizás quitarle a un pueblo su propio sentido de orgullo y satisfacción nacional.

Pero a pesar de todos los efectos que impuso la enmienda a corto plazo, sin dudas fueron los efectos mediatos los peores. Antes de la Segunda Intervención, estaban en las mentes del pueblo de Cuba que eran los españoles sus peores enemigos. Sin embargo, tras los efectos inmediatos de la Enmienda Platt, los EE UU tomarían el lugar de los españoles. Las ideas antinorteamericanas tendrían un impulso tremendo en los años ‘20 y ‘30. Julio Antonio Mella y Carlos Baliño fundarían el primer Partido Comunista de Cuba, con una profunda base anti estadounidense, a la cual Mella y los continuadores de su obra, llamarían antimperialismo (Perez Cruz, 2017). La realidad fue que, desde la perspectiva del movimiento comunista de esa época, luchar contra los EE UU se convirtió en la medida de luchar por los intereses de Cuba y del resto de Latinoamérica (Perez Cruz, 2017). La conciencia nacionalista se confundió con el rechazo constante a los norteamericanos. Era como si para ser un buen cubano, había que odiar a los que nos ultrajaron la independencia con su odiosa enmienda.

Por último, el llamado antimperialismo, ligado a los intereses hegemónicos de la URSS y los estalinistas, fue la premisa fundamental del ideario político de Fidel Castro, devenido dictador y tirano en Cuba. Fidel siempre fue visto y amado más por su retórica antinorteamericana, que por sus escasos o casi nulos logros en Cuba. Uno de los defensores acérrimos del castrismo contemporáneo, expresó lo siguiente: “Fidel Castro tomó el poder y puso fin a la tutela estadounidense que había aplastado al país durante más de sesenta años” (Lamrani, 2015). O sea, para los ideólogos del castrismo, el papel nefasto que este ha jugado en la historia de Cuba no resulta para nada necesario analizar, puesto que su mayor aporte es su heroica lucha en contra de la hegemonía norteamericana.

En este sentido, durante uno de sus discursos llevados a cabo en el Club de Leones de Cuba, en enero 13 de 1959, a solo días de haber llegado al poder, Fidel Castro expresaría: “Se acabó la Enmienda Platt que fue una injusticia imponerla a una generación que luchó por la independencia, aquella ley que le quitaba precisamente la independencia” (Castro, 1959). Con la demagogia como bandera, el cínico tiranuelo, hacia sangrar una vieja herida, una herida que los cubanos no habían podido hacer cicatrizar, y que desde Washington creían que no quedaban ni rastros. El hecho de que Castro evocara a la ya derogada Enmienda Platt, en un contexto político distinto completamente, demuestra como todavía el tema en aquel entonces levantaba pasiones e inclinaba la lucha contra la misma, levantando la moral de los cubanos.

 

Conclusiones

La Carta Magna de 1901 sería la piedra angular donde se fundaría las primicias de la República de Cuba, la cual tendría serios problemas al chocar con ciertos intereses de la política norteamericana. Después de muchos años y sacrificios para alcanzar la ansiada libertad, Cuba nacía como nación independiente de España. Sin embargo, la cercanía histórica con los EE UU, que innegablemente tuvo una participación destacada en los días finales de la Guerra del 95, harían que los interese soberanos de Cuba fuesen en cierto modo menoscabados. Con el surgimiento del nuevo estado-nación, las antiguas cargas al machete serian sustituidas por otras cargas políticas, quizás más dramáticas aún.

Para algunos el infortunio de junio 12 de 1901, podía haberse deshecho, con un poco más de lucidez y visión política. Los once delegados que votaron en contra se despojaron de la responsabilidad con el futuro. Juan Gualberto, uno de los mayores opositores a la imposición de la enmienda devenida en Apéndice Constitucional, argumentó en su contra “no hay manera, por mucho que aguce el entendimiento, de conciliar con esta pretensión el principio de la independencia y soberanía de Cuba (…) A éste [los EE UU], en efecto, correspondería de hecho y de derecho la dirección de nuestra vida interior” (La Villa, n.d.).

Los que votaron a su favor, no es necesario evaluarlos como traidores y enemigos de la Patria. Algunos de ellos creían o bien en las buenas intenciones norteamericanas, o bien solo arribaban a la misma conclusión que había arribado Platt, Cuba sin los EE UU no llegarían muy lejos. En esencia, uno de los defensores de la enmienda, Gonzalo de Quesada, fue uno de los principales luchadores por tratar de minimizar sus efectos.

Cuba había salido airosa de la contienda bélica contra su anterior metrópoli. España había actuado de manera cobarde y se había empecinado en mantener una guerra fratricida en contra del pueblo de Cuba, que terminaría ante la impotencia de poder enfrentar a los EE UU. Pero, la participación de EE UU y la permanencia de sus tropas en la Isla, fue a la larga una situación que los cubanos no podrían manejar. EE UU resolvió quedarse en Cuba, quizás no de manera física, pero si con los atavíos legales necesarios para presentarse de manera ausente, pero presente. Su permanencia fue entonces por medio de la Enmienda Platt. La misma que en primera instancia trajo consigo la reducción de la soberanía nacional, así como el funesto sentimiento antinorteamericano, que los ideólogos de la Revolución socialista llamaron antiimperialistas y socialistas.

Lic. Ignacio L. Prieto Universidad Metropolitana de Puerto Rico.

El autor es graduado de Licenciatura en Estudios Sociales, con una concentración en Justicia Criminal.

Referencias

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