José Martí y su Anticipación a la Muerte: una Mirada a su Vida Sacrificial, por medio del Epistolario Martiano en sus Últimos Días
Como cada mayo 19, los cubanos alrededor del mundo tenemos impuesta la clara necesidad de acercar nuestro intelecto hacia uno de los hechos más trágicos en la historia Patria: la caída en combate en Dos Ríos, del Apóstol José Julián Martí y Pérez. Calificamos de trágico dicho evento, no solo en el orden individual, sino porque significó un durísimo golpe político para la naciente Revolución de 1895. Años después, cuando Cuba se estrenaría como nación independiente, con personalidad jurídica internacional, la ausencia de Martí, como hombre de amplios horizontes políticos, se hizo notar.
Sin embargo, es algo curioso el cómo llega Martí a Dos Ríos. El lugar antes mencionado, punto minúsculo de la geografía oriental, devendría en fatal Gólgota para el Apóstol. No obstante, es oportuno mencionar que la escena final de su vida no ocurrió como un episodio fortuito, fruto de un desenlace inesperado. Sino más bien, el camino andado previamente, significaba una anticipación de la muerte misma. En las propias palabras de Martí vemos como en los primeros meses de 1895, la posibilidad de no regresar con vida, era asumida en un tono vehemente por el propio Apóstol.
Es conocido que Martí fue condenado a prisión cuando apenas contaba los 16 años. En 1869 había estallado el Grito de la Damajagua y aun cuando España demoró en reaccionar, al final se dispuso a ensangrentar el suelo cubano. Aquel periodo terrible de represiones, que comenzaría en 1869, tendría en Martí a una de sus víctimas. El muchacho delgado, en su época aun de desarrollo físico y mental tuvo que sufrir los horrores del presidio, siendo llevado casi a la muerte. El mismo Martí bautizó las terribles Canteras de San Lázaro, como “cementerio de sombras vivas” (Marti, 1871).
Después de este calvario que casi pone fin de manera prematura a sus días, Martí vivió aquejado de diversas dolencias físicas. Sin dudas la más penosa y lastimosa de todas fue la huella indeleble del grillete que afectaría su región inguinal y genital. Martí fue tres veces operado en un lapsus de cuatro años. Sin embargo, el drama no termina allí. Se puede afirmar y existe constancia documental de una serie de afecciones en el corazón, los pulmones, el hígado, el estómago, que le producían mareos, desmayos, terribles dolores y fiebre de manera constante (Lopez del Amo, 2011).
Para colmo de los males, una salud resquebrajada, en una época en donde la medicina no estaba a la altura de poder competir contra gérmenes aun desconocidos por la ciencia, no era la única de las cuestiones que afectaban a Martí. Una vida errante, descuidada, que apenas daba muestras de equipararse con la del clásico hombre de familias, llevaba el designio de un final fatal. De su matrimonio con la camagüeyana Carmen Zayas Bazán, nacería el único hijo de Martí, llamado José Francisco, el que apenas es conocido de su padre. Después de 1881, en cuando ocurre el segundo destierro de Martí, su matrimonio se hace añicos, y la separación de los que amaba se hizo inevitable.
Así encadenado a su pasión de libertar a Cuba, el Apóstol comenzó a andar por su Vía Crucis, con rumbo a la Gólgota. Para 1894, a solo meses de comenzar la gesta de 1895, Martí había recorrido casi toda América Latina, los EE UU y Europa. Había gastado cuanta energía le quedaba para alentar la llama de la Revolución. Había sufrido reveses, desengaños y hasta intentos de asesinatos. En este último caso, curiosamente Martí se encontraba en Tampa, en los últimos meses del año 1892. Su labor revolucionaria se había hecho demasiado molesta para los españoles al punto de que dos sicarios de origen cubano fueron contratados para poner fin a la vida del Apóstol, el 16 de diciembre de ese año. La muerte se produciría por envenenamiento, poniéndose acido en una botella de vino, ofrecida a Martí. La misericordia de Dios, materializada en las manos amorosas del Dr. Barbarrosa y del matrimonio de Paulina y Ruperto Pedroso, en cuya casa ocurrió el intento de asesinato, impidieron que este bárbaro acto se materializara (Juventud Rebelde, 2007).
Así llega Martí a los primeros días del año 1895, con un cuerpo debilitado por las laceraciones físicas, un alma castigada por la separación familiar, pero un espíritu indomable que no cabía dentro de su corazón. La guerra está casi lista, y entre detalles y detalles, el Apóstol no pierde tiempo. Después de febrero 24, comienza una rica obra epistolar que para algunos lucen como intentos de dejar un testamento. Por ejemplo, en marzo 25 de 1895, Martí tiene una meteórica noche donde redactó sendos mensajes, empezando por el prominente Manifiesto de Montecristi, dejando espacio en la noche para escribirle a personas importantes en su vida, con un tono de despedida.
La primera de las misivas va dirigida a su madre, Doña Leonor Pérez. La última vez que se vieron fue en 1887, por lo cual Martí comienza declarando “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd.” (Fernandez, 2015). Nótese en todo momento el intento de dejar claro para la posteridad que Martí tenía presente a la autora de sus días aun en los momentos más arduos y difíciles. Pero además de eso, declara Martí que se encuentra en “vísperas de un largo viaje”. La distancia entre Montecristi y las costas orientales de Cuba no es tan larga como para enfatizar la magnitud de la trayectoria. ¿Se trataría acaso de una manera de decirle a su madre que no volvería jamás, puesto que su viaje lo llevaba a lo desconocido?
Sin perder un ápice de tiempo, escribe el Apóstol otras dos cartas ese día. Una de ellas es dirigida a María Mantilla, su amada hija espiritual. La carta comienza diciendo: “Salgo de pronto a un largo viaje, sin pluma ni tinta, ni modo de escribir en mucho tiempo” (Fernandez, 2015). Nuevamente la idea del largo viaje, pareciéndose a un camino que lo separaría de los suyos. Se hace énfasis en la palabra “pronto”, o sea el asunto era inminente, o, mejor dicho, podía suceder en cualquier momento. Aquí Martí, quizás animado por enviarle esta carta a alguien más joven y por ende menos propenso a sufrir con la pre noticia del futuro martirio, da unos detalles más, dejando por lo claro, que sería la última carta, al menos por un determinado tiempo. Ya no se trata solo de una separación en la distancia, sino también en la dimensión del tiempo.
Por último, ese mismo día escribe otra carta a su amigo el patriota dominicano Federico Henríquez y Carvajal. Expresando, las que quizás puedan ser las palabras de su vaticinio final, afirmó: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre” (Fernandez, 2015). En su convicción patriótica, el anhelo del descanso no era posible mientras estuviese vivo. No había lugar para el relajamiento o el discurso positivista, sino para una idea de sacrificio continuo y sin cuartel. Más adelante deja claro cuáles son sus inclinaciones futuras: “Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora” (Fernandez, 2015).
La gran pregunta que se debió haber hecho Henríquez Carvajal, sería la misma que nos hacemos en la actualidad. ¿Es hora para qué? ¿Acaso para morir? De ser así, podemos afirmar que ya para marzo 25 de 1895, Martí caminaba por la ciertísima claridad de que sus días terrenales estaban contados. Pero aún no dispuesto a que toda su obra literaria corriera una suerte similar a la suya, procuró con suma diligencia cuidar de las mismas. Martí comprendía la importancia de su legado histórico y la riqueza de su creación artística y por tales motivos no estaba dispuesto a que las mismas se perdieran, así que encargaría a hombres de probada fidelidad y amor a las mismas cosas que amaba Martí, el cuidado de su legado patriótico literario. No en vano escogería a los jóvenes patriotas Gonzalo de Quesada y Aróstegui y a Benjamín Guerra para ser los custodios de la compilación de la magna obra martiana.
A ambos les escribe en abril 1ro, de 1895, estando aun en Montecristi. Es de destacar que tanto Quesada como Guerra estaban trabajando en la dirección del Partido Revolucionario Cubano, como secretario y tesorero respectivamente (Ecured, 2017). De forma minuciosa, Martí les encarga como debe ser la organización de la documentación. Les da instrucciones precisas de cómo ordenar los tomos, de acuerdo a las temáticas. Así que los tomos I y II serían obras norteamericanas; el tomo III Hispanoamericanas; el tomo IV Escenas Norteamericanas; el V Libros de las Américas y el VI para Letras, Educación y Pintura (Marti B, 1895). No podía permitirse el Apóstol dejar sin buen cuidado este maravilloso testamento cultural.
Pero ese mismo día, el Apóstol guardó un poco de tiempo para escribir otra carta, quizás la más corta de su epistolario, dirigida a su amado hijo. José Francisco Zayas Bazán. El joven había tenido un muy corto contacto con su padre, por lo cual la relación paterno filial entre ambos se había mantenido en la distancia. Para José Martí su hijo vino a significar una fuente de inspiración para escribir su colosal obra poética: “El Ismaelillo”. Al mismo tiempo el poemario servía para unirse espiritualmente a su unigénito. Al decir en el primer verso “Hijo: Espantado de todo me refugio en ti” (Marti C, 1882), demostraba que pensando en su hijo encontraba reposo su alma, de tanta turbulencia política.
Al pasar los años y hacerse más grande la distancia entre ambos, el amor de Martí por José Francisco creció, siendo víctima también del temor de quedar en el olvido para quien fuera una vez su pequeño Ismael. Por tal motivo, los temores de no volverle a ver nunca más helaban su corazón y por eso le increpa en la carta, de la siguiente manera “salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado” (Marti D, 1895). Nótese que, a diferencia de otros receptores de sus misivas, en este caso, Martí deseaba más que nunca la presencia y compañía de su amado hijo.
En un giro dramático, y ante la inminente adversidad, que sellaba los destinos de ambos, ya condenados a la separación definitiva, solo el Apóstol atina a declarar: “Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adios. Sé justo” (Marti D, 1895). En otras palabras, Martí no temía a la muerte, sino a que esta le sorprendiera tan lejos de su caballero. Es una despedida que lleva tintes de ser para siempre. Es simplemente el testamento familiar más compacto. El Hombre de la Edad de Oro, de los Versos Sencillos, el mismo que fundaría el Partido Revolucionario Cubano y que tantos recursos había administrado no tiene nada que dejarle a su heredero, sino una simple leontina. Pero en la simpleza de este acto, Martí estaba diciéndole a su hijo: todo lo que tengo te pertenece.
No sabríamos cual fue el efecto de Martí después de haber enviado esta pequeñísima misiva. Quizás esperaba levantar en su hijo la misma pasión que brotaba por sus poros de ver una Cuba libre. Quizás temía que su único heredero hubiese abrazado el mismo espíritu autonomista y conformista que una vez abrazara su abuelo materno. En el peor de los casos, quizás temiera que José Francisco tomara el lado del enemigo, luchando en contra de los suyos. Por su parte, José Francisco, una vez enterado de la muerte de su padre, le envía una carta al buen amigo Gonzalo de Quesada, donde le deja claro: “Soy hijo y todo lo suyo me es sagrado” (Atienzar, 2013). Y, de hecho, cumpliría con el requerimiento de su padre, al enrolarse en la Guerra del ’95 y pelear por la libertad de su Patria.
Una vez cumplidos todos los compromisos testamentarios, por medio de una pletórica actividad epistolar, José Martí se embarca hacia Cuba, llegando a la Isla el 11 de abril de 1895, por un minúsculo punto en la geografía oriental, las Playitas de Cajobabo (Ciudad de Guantanamo, 2017). Desde allí comienza el periplo por las serranías orientales hasta que llega al campamento de Dos Ríos, donde el 18 de mayo de 1895, escribe su carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado. De manera sencilla, pero con palabras enrojecidas al fuego, Martí explica que se encuentra casi gozoso al “estar todos los días en peligro de dar su vida por su país y por su deber” (Lopez, 2017).
La carta a Manuel Mercado es un documento excepcional sin dudas. Muchas horas de estudios requerirían poder comprender el alcance extraordinario de los análisis del Apóstol que no está dispuesto que se desvanezcan con su adiós definitivo. En primer lugar, señala el peligro de una intervención constante de los EE UU en los asuntos latinoamericanos. Una voz señalaba el futuro del subcontinente, al decir Martí que su obra trataba “de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América” (Marti J. , 1895). Sin duda una gran visión que a mi juicio ha sido muy malinterpretada.
Martí no intenta dejar constancia de su rechazo a los EE UU como nación en ascenso. El había salido de ese país y se había beneficiado muchísimo de las ventajas que como nación en franco proceso de industrialización comenzaba a fecundar. En ningún momento habla de la necesidad de minimizar o detener a los EE UU, sino más bien que las tierras americanas no siguieran el derrotero hasta convertirse en una zona de influencia norteamericana. Cuba, después de lograda su independencia, establecería un gobierno que a juicio de Martí debía respetar las reglas básicas de civismo y desarrollo. Lo cual, a la larga, serviría como ejemplo para el resto de los países latinoamericanos que ya desde esas fechas se desangraban en medio de guerras civiles, guerras entre las mismas naciones, golpes de estados, latifundio, entre otros males que las convertían en presas para el neocoloniaje de los EE UU, pero en realidad de cualquier potencia.
Volviendo a Martí, en Dos Ríos, ya para él era casi evidente que el sacrificio estaba a punto de terminar, para que su alma buscase el reposo eterno. En el combate llevado a cabo al día siguiente, sale el hombre de la Edad de Oro, cabalgando su corcel, para encontrarse con la Muerte. Quizás en cualquier otro mortal, un encuentro así, habría significado pavor. Pero para él, el poeta de los Versos Sencillos, solo iba a ser la confirmación de caer como bueno, de cara al Sol; de morir sin Patria, pero sin amo; como hijo de un pueblo esclavo, que vive, calla y muere; como un hombre sincero, tendría la oportunidad antes de morir, de echar sus versos del alma.
Cada mayo 19 es un encuentro obligado con la dignidad, rememorar la vida de quien pusiera en tan alta estima la historia de Cuba. De aquel hombre cuya existencia no significó otra cosa que un anticipo del encuentro con lo desconocido, viviendo una vida de entrega y pasión para ello. El camino hacia lo inevitable, asumido con gran estoicismo, le hizo dejar un legado epistolar, donde en gran medida, parecía que se despedía de los suyos. Al decir en cierto modo, que desafiaba a la muerte, al negar que fuera si acaso cierta, si estando en vida, se había procedido bien a cumplir con la obra asignada por Dios para cada ser humano. Y sin lugar a dudas, nuestro José Martí, cumplió.
Lic. Ignacio L. Prieto
Universidad Metropolitana
El autor es graduado de Licenciatura en Estudios Sociales, con una concentración en Justicia Criminal.
Referencias
Atienzar, E. (2013, noviembre 22). Andanzas y Pasajes del Hijo de Martí en Camagüey. Retrieved from Cubadebate: http://www.cubadebate.cu/especiales/2013/11/22/andanzas-y-pasajes-del-hijo-de-marti-en-camaguey-fotos/#.WR0KDWjyvIW
Ciudad de Guantanamo. (2017). Desembarco de Martí y Gómez por Playitas de Cajobabo. Retrieved from
Ecured. (2017). Partido Revolucionario Cubano. Retrieved from https://www.ecured.cu/Partido_Revolucionario_Cubano
Fernandez, N. (2015, Marzo 24). 25 de Marzo de 1895: Un Día Inolvidable en la Historia Patria. La Vanguardia, De Cuba. Retrieved from http://www.vanguardia.cu/de-cuba/3254-25-de-marzo-de-1895-un-dia-inolvidable-en-la-historia-patria
Juventud Rebelde. (2007, Mayo 19). Cómo Intentaron Envenenar a Nuestro Héroe Nacional. Juventud Rebelde, Cuba. Retrieved from http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2007-05-19/como-intentaron-envenenar-a-nuestro-heroe-nacional/
Lopez del Amo, R. (2011, Abril). Las Enfermedades de José Martí: un Reto Vencido. Retrieved from Union Nacional de Historiadores de Cuba
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