El mundo se ha estremecido en estos primeros días de abril mucho más de lo que teníamos previsto. Todos sabíamos que Venezuela colapsaría, que las marchas protagonizarían las acciones en pos de la democracia, y que se llegaría inevitablemente a la violencia y a la represión extrema.
También desde hace mucho somos conscientes de la posible desaparición de la población de Siria como parte de su destino final en la cruel contienda. Corea del Norte nos viene amenazando sutilmente y desde un silencio que se disipa ante la magnitud de otros sucesos; pero siempre está en estado de latencia.
Sin embargo, la intervención de los Estados Unidos de América – cual carta de presentación del nuevo presidente en cuestiones de tácticas y estrategias bélicas– como respuesta a la brutalidad de las últimas acciones desatadas en medio del viejo conflicto sirio fue algo que sorprendió a todos, no tanto por la idea de una intervención de la gran potencia del mundo ante situaciones como estas, sino por la inmediatez de los hechos que parecían no ser ciertos.
Como si estas sacudidas, las que simbólicamente han tenido lugar hacia el final de la cuaresma religiosa y precediendo al inicio de la Semana Santa Cristiana, no fueran suficientes, cada día estuvimos conociendo de un nuevo acto terrorista, ya sea en Suecia, en Rusia o en Egipto.
En medio de esta hecatombe mundial Latinoamérica ocupa un protagonismo indudable, toda vez que se desataran una serie de enérgicas acciones de protesta contra la dictadura chavista, lo que ya en el presente resulta incontrolable, independientemente de las acciones represivas por parte de las fuerzas policiales del oficialismo.
Es ahora o nunca, han dicho los venezolanos con fuerzas sacadas de lo más profundo de sus entrañas luego de haber resistido los embates de un régimen dictatorial, que sobrepasando todos los límites dio muestras de lo que en realidad es el socialismo del siglo XXI proclamado por su iniciador, el desaparecido dictador Hugo Chávez.
No obstante a los acontecimientos, y de manera particular a la dramática situación del pueblo venezolano y de su controversial destino, en La Habana, la capital cubana, se convocó a una tenida para celebrar el XV Consejo Político de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América y Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), el insignificante organismo que hoy solo agrupa además de Cuba y Venezuela, a Bolivia, Nicaragua, Ecuador y un exiguo grupúsculo de pequeñas islas caribeñas que no cuentan para nada en el destino de las naciones de la región.
De esta forma, entre lo onírico y llegando al absurdo extremo del surrealismo, pretenden arreglar el grave conflicto del país suramericano, por supuesto desde sus posiciones de aparentes víctimas atacadas siempre por “el maligno enemigo imperial” que los quiere desestabilizar y desde el “norte revuelto” planifica sus actos alentando a la derecha.
Como era de esperar, una vez más, los pocos cancilleres allí reunidos acudiendo a su obsoleta retórica se pronunciaron por un mundo mejor y criticaron las acciones de Estados Unidos contra Siria, como si con sus graves conflictos no fuera suficiente como para completar las agendas de trabajo y agotar cada tema tratando de resolver primero lo suyo, lo que resulta extremadamente grave solo si se analiza el conflicto de Venezuela, país que ha tenido un especial protagonismo en el encuentro dada su actual situación.
El canciller cubano Bruno Rodríguez se refirió a las amenazas contra la Revolución Bolivariana y al papel de la Alianza en la defensa de la soberanía venezolana, lo que constituyó el eje del encuentro, aunque enfatizó de igual modo en el respaldo al pueblo ecuatoriano y a su Revolución Ciudadana, a la Nicaragua Sandinista y a los intereses de los pueblos insulares miembros del bloque.
Dejando a un lado a los “hermanos insulares”, que como ya expresé antes, no cuentan para nada, detengámonos brevemente en la incongruencia de estos apoyos en los que insiste el canciller de Cuba.
El problema de Venezuela no lo compone ni el ALBA, ni la OEA, ni la ONU, ni el Vaticano. Se trata de todo un pueblo que protesta en sus calles y que está decidido a acabar violentamente con sus opresores. Ya tuvieron la calma necesaria para esperar resultados de sendas rondas de conversaciones, posibles diálogos entre ambas partes, intervenciones del Vaticano y de la OEA, y al final Nicolás Maduro hizo de las suyas abusando del uso de su poder y violando todas las posibles normas y leyes constitucionales.
Lamentablemente el problema de esta nación podría tener un final sangriento. Ya el régimen de La Habana ha anunciado en la primera plana de su diario Granma que Venezuela no se rendirá, lo que, sin duda, ha sido el resultado de las conversaciones de la reunión de su mandatario con el dictador Raúl Castro, a quien Maduro ha llamado en su intervención “hermano mayor”.
Por otro lado, vale recordarle al señor canciller que no es el pueblo ecuatoriano quien necesita que este organismo los apoye, sino el gobierno oficialista que a fuerza de un gigantesco fraude electoral intenta prolongar su existencia – como lo hizo antes el chavismo y más reciente Nicaragua–. El pueblo ecuatoriano que se pronuncia por un no rotundo al continuismo político está en las calles de manera espontánea, no a través de una convocatoria de ninguna institución ajena a los intereses democráticos de la nación andina.
A Nicaragua le sucedió el pasado año algo similar a lo que ocurre ahora en Ecuador. Ortega se impuso a través de acciones fraudulentas y de una despiadada asfixia a la oposición mediante la represión y aunque ahora está en un silencio y calma aparentes, tarde o temprano terminará como Venezuela y Ecuador.
Así las cosas, esta ridícula reunión no servirá para otra cosa que no sea la de estrechar los lazos fraternos de los eternos aliados de una debilitada izquierda que intenta sobrevivir, y que ha escogido un mal momento para su tenida, toda vez que el mundo se estremece con grandes acontecimientos de mucho más peso, los que le restan importancia a una efímera reunión local que en pocos días quedará en algunas notas de reunión sin haber aportado nada al complejo panorama mundial del momento.