Un Abismo llamado Obama

Alfredo M. CeperoUn Abismo llamado Obama por Alfredo M. Cepero

Natural de Cuba, es poeta, articulista, Asesor Financiero y Gerente de Axa-Equitable y cofundador del Partido Nacionalista Democrático. Formó filas en la Brigada 2506 y el ejército de EE. UU. Ha sido corresponsal, escritor y Jefe de Redacción de Idioma Español en La Voz de los EE. UU. Y Director de noticias del Canal 23 (Miami).

Cuando observo a las multitudes de jóvenes y a algunos no tan jóvenes aclamar con vehemencia febril a este hombre con un pasado celosamente guardado, un presente pletórico de generalidades y un futuro plagado de promesas demagógicas confieso que me asaltan la consternación y el terror. Alguna que otra noche he soñado con aquella leyenda que me contó siendo yo niño mi abuela Angelita sobre el Flautista de Hamelín. Un hombre siniestro y vengativo que tocando una flauta mágica secuestró en el año 1284 a 130 niños de un pequeño pueblo alemán y los hizo desaparecer en una cueva para castigar a sus padres que se habían negado a saldar una deuda pendiente. Como el hombre de Hamelín, Obama hipnotiza con una sinfonía verbal donde las palabras suenan bien pero no ofrecen soluciones concretas. Despierto sudoroso y atemorizado mientras me pregunto si quizás no fue por pura coincidencia que Obama hubo de elegir a Berlín como escenario para lanzar su campaña presidencial a nivel internacional. Y considerando que no existe cueva lo suficientemente espaciosa como para albergar a toda la población de los Estados Unidos, me pregunto si Barack Obama—siguiendo su lema de "el cambio que necesitamos"—no habrá cambiado la cueva de la leyenda por el abismo socio-económico del que nos advierten muchos eruditos en este país.

SU CONFLICTO DE IDENTIDAD Y EL SECRETO DE SU PASADO.

Por otra parte, cualquiera que eche una mirada por una de las pocas ventanas que tenemos hacia su pasado, sus propios libros, se dará cuenta de que este hombre confronta serios conflictos de identidad tanto en cuanto a su raza como a su religión. En su libro autobiográfico "Dreams of my Father", Obama escribe: "Me consolé experimentando un inmenso sentido de animosidad e injusticia contra la raza de mi madre". Y en el mismo libro continua diciendo: "...Fue en la imagen de mi padre, el hombre negro hijo de Africa, donde deposité todos los atributos que deseaba para mí, los atributos de Martin y de Malcolm, de Dubois y de Mandela." El candidato que se presenta como puente de concordia entre las razas muestra en estas líneas con una claridad que no deja lugar a dudas donde está su lealtad y el conflicto entre el Obama privado y el Obama que se nos presenta en público.

Y en su otra obra, "The Audacity of Hope", Obama lanza una advertencia que no puede ser ignorada cuando dice: "Si se diera el caso de que los vientos políticos soplaran en dirección peligrosa estaré siempre al lado de los musulmanes." La pregunta que surge es si creemos a Obama cuando se define a sí mismo con sus propias palabras o a los arquitectos de su campaña cuando repiten hasta la saciedad que su candidato dejó su filiación musulmana, al igual que su niñez, en las madrazas de Indonesia. Por otra parte, su pasado mas reciente es casi imposible de penetrar. Organizaciones con los cuantiosos recursos de Fox News no han sido capaces de descorrer el velo de secreto que cubre su paso por las universidades de Columbia y de Harvard, de su breve estancia en Nueva York y de su decisión de establecer residencia permanente en Chicago. Los mismos obstáculos se han presentado en los intentos por obtener copia de la tesis de grado de la aspirante a futura primera dama, Michelle Obama.

CARÁCTER, JUICIO Y SENTIDO COMUN.

Los voceros de su campaña y aquellos representantes de la prensa que se empeñan en pavimentar su camino a la Casa Blanca con una bochornosa parcialidad afirman que lo importante es concentrarnos en lo que ellos califican como temas centrales de la contienda presidencial y rechazan cualquier alegación con respecto a sus antecedentes nebulosos como un "asesinato de su carácter". Estos señores se niegan a reconocer que no puede haber tema más central ni asunto más trascendental en una campaña política que el carácter, el juicio y el sentido común del candidato que pide nuestro apoyo para gobernar nuestros destinos. Sin esos atributos, bien podemos echar las promesas en saco roto y, sin antecedentes sobre el pasado del candidato, cambiar el voto por un boleto de lotería.

En el curso de nuestras vidas, muchos de nosotros hemos conocido y tratado a personajes indeseables. Todo eso es excusable cuando esas situaciones son la excepción de la regla. Pero, ¿cuantas excepciones pueden repetirse antes de que la excepción se convierta en regla? Ese es, en nuestra opinión, el caso de Barack Obama. A fuerza de repetirse, la excepción se ha convertido en regla. Una simple ojeada a la lista de sus relaciones y de las personas que en uno u otro momento lo han apoyado en su vertiginosa ascensión al poder es suficiente para causar motivos de preocupación.

Un organizador comunitario que se inspiró en las enseñanzas de Saul Alinsky, quien en su obra "Rules for Radicals", publicada en 1971 dijo: "El Príncipe fue escrito por Maquiavelo para instruir a los poderosos sobre como aferrarse al poder. Este libro esta escrito para enseñar a los desposeídos como arrebatarles ese poder." Un político que recaudó fondos para sus primeras campañas en la residencia de un terrorista confeso como William Ayers y que adquirió su residencia millonaria a un precio por debajo del valor de mercado gracias a los manejos de un delincuente convicto como Tony Resco. Un cristiano converso que dijo inspirarse en las orientaciones de un pastor delirante como Jeremiah Wright, quién ha acentuado su animadversión hacia los Estados Unidos acompañando a un antisemita consumado como Louis Farrakhan en viajes a la Libia de Kadafi y a la Cuba de los hermanos Castro. Y un candidato presidencial que ofrece reunirse sin condiciones previas con déspotas de la calaña de Ahmadinejad, Kim Il Sung o Raúl Castro no puede hacer ostentación de carácter, estar en su sano juicio, ni reclamar la más mínima dosis de sentido común.

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