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[Lee el artículo completo]- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
1989 fue un año importante. La caída del Muro de Berlín en noviembre fue el emblema que oficializó la extinción virtual del comunismo soviético. Paradójicamente, cinco meses antes en China, el comunismo asiático consolidó su modelo innovador de una economía de mercado mercantilista con un Estado marxista-leninista, a plomo indiscriminado. ¿Cómo se puede racionalizar esta incoherencia histórica abismal? La explicación yace en el formulario político diferente que las democracias aplicaron a estos dos regímenes totalitarios, particularmente los EE UU, y los frutos divergentes de dichas acciones.
Para lidiar con la expansión subversiva de la Unión Soviética, los EE UU después de la Segunda Guerra Mundial puso en práctica las políticas norteamericanas de Estado conocidas como la Doctrina Truman y la Doctrina Reagan. Ambas constituían una postura de enfrentamiento. La primera se forjó para contener el comunismo soviético. La segunda no se detuvo en la contención y prosiguió a provocar la reversión del marxismo internacional bajo el eje de Moscú. El desplome del imperio soviético que inventó Lenin, fue el resultado.
Los comunistas chinos, tan crueles y comprometidos con el marxismo-leninismo como los rusos, recibieron otro trato de los EE UU a partir del inicio de la década de los 1970´s. La lógica de la discursiva oficial fue que el acercamiento, en lo político, dividiría el orbe socialista y que sería más beneficioso tener a los chinos de nuestro lado. La noción pensada detrás del matrimonio comercial entre China roja y el Occidente democrático (la parte económica de la tesis) fue que el contagio del capitalismo anularía la malignidad del socialismo. La democracia, insistían sus proponentes y defensores, llegaría en unos años.
Lo cierto es que los escépticos estaban en minoría al principio. Después de todo, la tesis del acercamiento con su principio de que del entrelazamiento comercial brota la modernidad y con ella una transición inevitable hacia la democracia, había dado resultados sólidos cuando se aplicó a dictaduras autoritarias a través de los 1970´s y 1980´s. Fueron mucho los que apostaron que dictaduras de corte totalitario no podrían resistir tampoco la tentación racional del mercado (como si el mercado fuera propiedad exclusiva de las democracias) y tendrían que sucumbir ante la fuerza superior del capitalismo. ¡Qué equivocaron estuvieron los que creyeron que el modelo económico tiene primacía sobre el político y el ético! Treinta y ocho años de evidencia devastadora ha falsificado la aplicabilidad de la política de acercamiento como un agente de cambio democratizador viable. Los pensadores serios que aún apuestan en la capacitación del comunismo asiático (“modelo chino”) en transitar hacia mares democráticos, hoy sólo encuentran la hospitalidad intelectual de un desierto árido y desprestigiado.
La muerte de Hu Yaobang, un reformador que favoreció extender las reformas al ámbito político, conllevó a protestas estudiantiles que inició una corriente que ensalzó las aspiraciones democráticas de todo un pueblo que interpretó la liberalización económica como una luz verde para pedir lo mismo en lo político y lo civil. Las manifestaciones se produjeron en más de cuatrocientas ciudades a través de China. Fue, sin embargo, en la mítica Plaza de Tiananmén dónde más se reflejó ese deseo de cambio. Durante la más de siete semanas que duraron las manifestaciones, más de un millón de chinos pasaron y se acamparon en la plaza. La mayoría eran estudiantes y trabajadores. Esto fue la prueba de fuego para el comunismo asiático.
Zhao Ziyang fue Primer Ministro del régimen chino (1980-1987), Secretario General del Partido Comunista Chino (“PCCh”) (1987-1989) y uno de los arquitectos del proyecto llamado “socialismo con características chinas” (“modelo chino”). Zhao, un colaborador estrecho de su predecesor a cargo del PCCh, Hu Yaobang, cayó en desgracia con sus homólogos del Politburó al abogar por reformas que separarían el Partido del Estado (paso fundamental para quebrar el despotismo totalitario) y apoyó los manifestantes contestatarios. Al violar el principio leninista de centralismo democrático, fue separado de su cargo y sentenciado a quince años de cárcel domiciliaria. Deng Xiaoping, dictador máximo de China roja, convenció a la élite reaccionaria y poderosa del PCCh que sí se podía tener una economía con rasgos capitalistas, sin tener que prescindir de un Estado dictatorial de dominación total. La respuesta del régimen despótico de Pekín fue contundente y bárbaramente cruel.
La movilización del titulado Ejército Popular de Liberación (las fuerzas armadas chinas) sobre la Plaza de Tiananmén fue mayor de la que se llevó a cabo durante incidentes bélicos de fronteras con Vietnam, India y la URSS. Estimados conservadores colocan las cifras de las fuerzas represivas en alrededor de 250,000 efectivos que estaban constituidos en gran medida, por batallones élites y no cuerpos de infantería regulares. Tiraron con tanques y armamentos pesados de guerra, no con alternativas menos letales y más aptas para contener a civiles desarmados.
Algunos diplomáticos presentes han estimado que fueron más de mil las víctimas inocentes. Otros, como Pavel Stroilov, un historiador ruso que tuvo acceso a los archivos secretos de Mijaíl Gorbachov, coloca la cifra en más de tres mil. En adición a los asesinados en sangre fría, hubo más de diez mil heridos y otros incontables miles que fueron arrestados, desaparecidos o defenestrados. Otra baja, seminal e incalculable, ha sido la desnaturalización de la ética democrática y la moralidad en el mundo libre a consecuencia de la consolidación del modelo chino.
La dictadura comunista china, en su ataque desproporcional e injustificado a la población civil en ese espacio público, fue a la guerra para preservar integralmente su régimen comunista con matices económicos capitalistas. Deng fue claro y no engaño a nadie. Desde el Undécimo Congreso del PCCh en 1978 (cuando se iniciaron las modificaciones económicas), Deng habló de las nuevas adaptaciones que buscaba “integrar” al marxismo con “realidades chinas”, fortaleciendo las fuerzas productivas para mejor promover un orden socialista. Todo el planteamiento del comunismo asiático (modelo chino) fue diseñado para coexistir con la ideología marxista y simplemente desarrollar la capacitación productiva y así impactar sus relaciones, pero todo dentro del contexto ideológico del marxismo. Tomando en cuenta que la meta del dogma marxista es la conclusión de la alienación, Deng no estaba discrepando con Marx, Lenin o Gramsci.
Quitando algunos reformadores dentro del PCCh (hoy desaparecidos o invisibles), los que se han confundido con el modelo chino no han sido los comunistas de Pekín. Los errados han sido los políticos, los intelectuales y los empresarios demócratas (y otros más) que confundieron las reformas económicas con cambios sistémicos. Naturalmente, los intereses mercantiles del Occidente aportaron mucho para que este producto fraudulento Made in China fuera empaquetado para mermar inconsistencias morales de la realidad en China con las expectativas democráticas que prometieron. Esas siete semanas entre abril y junio de 1989 en China, evidenció la consolidación del fatídico modelo del neocomunismo que vemos hoy.
La Masacre de la Plaza de Tiananmén aquel 4 de junio de 1989, demostró la evidencia de la inmunidad al contagio democrático que dictaduras comunistas con economías mercantilistas de mercado poseen. Ahí quedó aplanada, no sólo la esperanza del pueblo chino y la ética democrática del mundo civilizado. También quedó acribillada la tesis de acercamiento con dictaduras totalitarias, con su propuesta de comercio y conciliación, como mecanismo para facilitar la democratización. Los que aún sostienen fe en esta fórmula, lo hacen sin ningún respaldo empírico. ¡Ninguno! Todo lo opuesto. China, Vietnam y Laos, los ejercitantes de este modelo neocomunista, están más fortalecidos que nunca como regímenes dictatoriales. Los cubanos harían bien en tener presente el 4 de junio y la realidad fehaciente e integral de Tiananmén.
Ver el documental:
Masacre de Tiananmén: Documental DESCLASIFICADO ►
►
- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
¡Ciento veintiún años después, el Maestro sigue con nosotros! ¡Honrémoslo propiamente luchando por una Cuba libre! Con su "Poesía XXXVIII" de los "Versos Sencillos"
¿Del tirano? Del tirano
di todo, ¡di más!; y clava
con furia de mano esclava
sobre su oprobio al tirano.
¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.
¿De mujer? Pues puede ser
Que mueras de su mordida;
¡Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!
- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
“Westminster” fue el nombre que la Abwehr, la agencia de inteligencia militar de Alemania nazi, le asignó a Gabrielle Bonheur “Coco” Chanel. Su número de agente fue F-7124, según documentos de la dictadura nazista, desclasificados en 2014 por el Departamento de Defensa de Francia. Estos fueron engavetados como un secreto por más de siete décadas. La apreciación de muchos investigadores fue que la fundadora de la casa de modas multimillonaria francesa, Chanel, estuvo bajo las órdenes del General Walter Schellenberg, jefe de la inteligencia de las SS (las Schutzstaffel “Escuadrones de Defensa”) quien fue sentenciado en los juicios de Nuremberg, a seis años de cárcel por crímenes de guerra, tras la caída del despotismo fascista en Europa.
¿Qué fue lo que llevó a Coco Chanel simpatizar con los ocupadores nazis? Hay que tomar en cuenta que los biógrafos, Hal Vaughan y Henry Gidel (entre otros), señalan que ella fue, no sólo una cómplice tácita, sino una colaboradora activa que tuvo la misión secreta de intentar de convencer a Winston Churchill (Chanel lo conocía a él y su hijo, Randolph, bien) para que aceptara una tregua en 1943 que la dictadura hitleriana buscaba desesperadamente. Entre las especulaciones que pudiera explicar la colusión de Chanel con los verdugos del nacional socialismo, se le podría atribuir a su romance canicular con Baron Hans Gunther von Dincklage, un alto oficial de la Gestapo. Para otros investigadores, como Tilar Mazzeo y Franck Ferrand, la razón predominante era económica.
Chanel entró en un arreglo para financiar, mercadear y distribuir una rama de su imperio de moda, los perfumes Chanel No. 5, con los hermanos Pierre y Paul Wertheimer en 1924. Por muchos años después intentó recuperar todos los derechos de su marca lucrativa de perfume infructuosamente. El hecho de que los hermanos Wertheimer eran judíos y que la programación nazi contenía leyes antijudías donde propiedades y empresas judías fueron confiscadas, ha convencido a muchos biógrafos que Chanel tenía su corazón y su moralidad bien pegada a su billetera. Lo cierto es, sin embargo, que nunca sabremos de todo las motivaciones para que esta exitosa modista y empresaria de alta costura se encamara tan grotescamente con los nacionalsocialistas que ocupaban su país.
Chanel no estuvo sola en esa exhibición nauseabunda de sumisión y colaboración con el nazismo. Hugo Boss, la casa de moda de lujo alemana, formó parte de la maquinaria nazi afiliándose al Frente Alemán de Trabajo y a la institución, Bienestar Popular Nacional Socialista, ambas entidades claves del arreglo corporativista que sirvió al Führer. Hugo Ferdinand Boss, su fundador, fue miembro del Partido Nazi. Su empresa diseñó los uniformes de las SA (Sturmabteilung), las SS (Schutzstaffel), la Juventud Nazi y otras organizaciones de terror del partido nacionalsocialista, utilizando, incluso, mano de obra esclava compuesta de prisioneros de guerra.
La lista de casas de moda y artículos finos colaboracionistas, es extensa. Louis Vuitton, la marroquinería de lujo francesa, operó servilmente en el régimen de Vichy. Christian Dior, otra marca de artículos de moda fina importante, vistieron en Francia ocupada a las esposas y las amantes de la alta jerarquía fascista foránea. Pudiéramos seguir ofreciendo los nombres de otras tantas empresas que han demostrado una crónica inercia moral, a la hora de conducir sus actividades comerciales frente a regímenes tiránicos. Es gracias a este contexto empírico de relativismo de principios que nos ofrece las empresas mencionadas, que podemos mejor comprender el espectáculo tragicómico que es el desfile de Chanel en Cuba.
Este encuentro de contradicciones y convergencias aparentes, une la tragedia y la comedia. Lo trágico primero. El tener un desfile de la moda de alta costura en la Cuba de hoy y en plena vía pública, equivale a tener un festival de comida de gourmet en Etiopía, en medio de la hambruna. Si Cuba fuera una democracia, sería algo simplemente de un muy mal gusto: tanta opulencia entre tanta miseria a la luz del día. El hecho de que rige en la Perla de las Antillas un régimen dictatorial de dominación total, con todo lo que esto implica: la ausencia de libertades básicas, los crímenes de Estado sistemáticos, la persecución política, religiosa y social, etc., convierte el evento en una procesión de fantasmas que han adornado de telas caras para encubrir el lodo ensangrentado. Es un cataclismo deontológico de altas proporciones. Vemos a un país manejado como un negocio particular que sus amos ponen a la disposición del que mejor pague y en moneda dura claro.
Lo cómico es ver al comunismo cubano prostituirse tan magnánimamente. ¡El verdadero burdel cubano está en el poder político dictatorial! Tantos años de movilizaciones de masas para llenar plazas, para escuchar descargas ideológicas sobre igualitarismo, voluntarismo, moralidad socialista, etc., todo eso para al final terminar con un show carnavalesco para entretener al enemigo burgués, a la élite en el poder (al final burgués también) y todo esta hazaña para poder llenar, obligatoriamente, las arcas estatales por la incapacidad de su modelo anacrónico subvencionar sus costos y las necesidades básicas de un pueblo. El tener que soportar a un excéntrico como el modista Karl Lagerfeld pasearse por el Paseo del Prado como el nuevo rey de La Habana, era presenciar el surrealismo en acción. Las vías públicas cerradas para acomodar los caprichos de los que vienen de afuera y llevan una moral esquelética, pero con la posibilidad de engrosar la imagen que quieren proyectar y a la vez, dar beneplácito a la casta anfitrión, esa cúpula dictatorial con sus familiares, allegados y a los cortesanos de siempre, esos que prototípicamente representan la definición de los guatacas tradicionales, esos que sin decoro o vergüenza se arriman a cualquiera que esté en poder. Todo parecía una novela de fantasía. Un Disneylandia de ropa para los ricos en el supuesto paraíso de los trabajadores y humildes. ¡Increíble!
De pronto el cantico de “La Internacional” parece haber quedado enmudecido permanentemente por la banalidad de los motores de Fast and furious, y la chancletearía de modelos al servicio de modistas capitalistas que venden ropa para adinerados y buscan el acomodamiento con el poder político. ¡Qué ridículo ha quedado el socialismo! ¡Qué diría la vieja comunista española Dolores Ibárruri, “la pasionera” de sus proles cubanos! La intransigente apologista de la barbarie roja no creo que encontraría cómico este espectáculo melodramático.
Quién mejor que la marca Chanel para prestarse para esta gesta penosa. Tiene de sobra la experiencia y la médula para negociar con tiranos un espacio para mercadear sus telas para el mundo libre desde una isla comunista, pobre y explotada. Con alta probabilidad, “la pasionera” no creo que aprobaría del ridículo desfile de la marca francesa en Cuba. La empresa Chanel, sin embargo, sí ha sabido seguir la tradición indigna que trazó su fundadora.
- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Ucrania acaba de declarar al partido comunista (tres de ellos) y al partido nacionalsocialista, ilegal. La misma corriente ha soplado en Alemania, Polonia, los Países Bálticos, Rumanía y unos cuantos más. En algunos de esos países, esto ocurrió hace más de medio siglo. Si tomamos en cuenta los partidos nazi/fascista en específico, su prohibición abarca, prácticamente, el continente europeo completo. ¿Por qué han prohibido estas democracias los partidos comunistas y nacionalsocialistas?
Fundamentalmente, ha sido por tres razones. Los partidos comunistas y nacionalsocialistas surgen de movimientos cuyo sostén epistemológico proviene de ideologías radicales, que una vez que llegan al poder, aniquilan la democracia (la incipiente o la fundamentada) o sus posibilidades de que la misma llegue a existir. Son partidos anti sistemas. El otro factor es que coaccionan una fusión forzada con el Estado. De modo que estos movimientos que aspiran a la dominación total de manera inherente, irremediable y necesariamente, anexionan al Estado y lo convierten en un monigote disfuncional, pero uno muy eficiente en su aplicación dictatorial. La última razón que justifica que algunas de estas democracias europeas hayan ilegalizado estos partidos anti sistemas, es porque los partidos comunistas y nacionalsocialistas que han alcanzado el poder, todos sin excepción, han cometido crímenes sistemáticos grosos. La absorción del Estado por parte de estos movimientos radicales, convertidos subsecuentemente en partidos, y luego el control absoluto que ejercen sobre el poder político y la sociedad en general, imposibilita que se pueda categorizar a estos “partidos” bajo el parámetro del raciocinio democrático.
En el caso del Partido Comunista de Cuba (“PCC”), el asunto se complica aún más. No sólo poseen las características lamentables explicadas previamente. En adición a eso, el liderazgo del régimen despótico que implantaron en la isla caribeña ha sido, desde su estado embrionario, un mecanismo arbitrario, caprichoso e irracionalmente dirigido por un personalismo extremo. En el caso cubano, este estilo de direccionar el despotismo ha llevado el sello de una persona exclusivamente. Después ha sido manejado por su hermano y algunos pocos allegados, pero a la sombra del momificado caudillo. El sociólogo alemán Max Weber encasillaría el liderazgo histórico del comunismo cubano como un caso híbrido sultánico-carismático. En palabras más sencillas, el principal órgano político institucional en Cuba comunista se ha conducido como le ha dado las mismísimas ganas a Fidel Castro.
Si esto no fuera suficiente para colocar al PCC en una categoría extraña y poco seria, institucionalmente hablando, su trayectoria histórica ha sido tornadiza y poco consecuente. Por los primeros dos años, la dictadura de los Castro, que en realidad nació y dependió del cañón de un fusil de un ejército (igual que hoy), se autocalificó como una especie de troika constituida por el Movimiento 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Dejando a un lado los méritos de la historiografía oficialista sobre esta etapa, para 1961 se forma las tituladas Organizaciones Revolucionarias Integradas. Unos meses después, se antojó el tirano Castro (Fidel) de permutar el órgano político y surgió el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba. Esta estructura particular duraría unos tres años más.
Paradójicamente, el PCC se oficializa el día que se leyó la misiva del desalojo de Cuba, de otra figura emblemática y sanguinaria del castrocomunismo, Ernesto Guevara. Desde ese 3 de octubre de 1965, el PCC ha sido el vehículo político, en un sentido de imagen y figurativo, del despotismo castrista. En 1975, 1980, 1985, 1991, 1997, 2011 y ahora en 2016, este invento macabro de Lenin, ha sido convocado. ¿Para qué? Esa sería la pregunta más lógica, considerando su incoherencia institucional y práctica. La respuesta es sencilla: para avalar, publicitariamente, lo que ya han acordado secundar los treinta y un individuos del Consejo de Estado, de lo que ya la familia de los Castro decidió.
El incumplimiento de doscientos cuarenta y seis de los proclamados lineamientos del último congreso hace cinco años, da una indicación a vista rápida que este organismo, en el mejor de los casos, es incompetente y estéril. En adición a su record de investir con “legitimidad” una burda dictadura que ha utilizado muy bien la represión y las relaciones públicas, pero muy mal el poder político, no ha sido capaz, ni mínimamente, de romper el bloqueo del centralismo democrático que los hermanos Castro le han impuesto fundacionalmente.
Muchos están especulando sobre lo que saldrá finalmente del Séptimo Congreso del PCC. Pudiera repetir que el enorme mar de la legalidad socialista acordada pero incumplida e irrelevante en la practicidad, le roba todo credibilidad al PCC. Eso, sin embargo, no es lo peor de esta mega institución, ni mínimamente. Hasta que no rompan el cerco del leninismo que los Castro le han impuesto, el PCC será sólo una cofradía de eunucos. Si quieren buscar posibilidades para emular, pudieran empezar por Boris Yeltsin (menos el vodka). El problema de partidos anti sistemas, sin embargo, va mucho más profundo. No es simplemente promover un cambio de gobierno o más audaz aún, un cambio de sistema.
La poeta rumana, Ana Blandiana, lo expuso claro: “Porque puedo entender, soy culpable por todo lo que entiendo”. ¿Entenderán los miembros y participantes del PCC lo que verdaderamente agrava a Cuba? ¿Entienden la responsabilidad que tienen de esa tragedia? La reconciliación auténtica pudiera empezar en el PCC. Romper con un pasado criminal, marcaría un buen punto de comienzo. Tal vez lo más seminal del Séptimo Congreso del PCC será, no las barrabasadas que se pronunciaran, sino la verdad silente. Lo innegable. Los hermanos Castro y sus allegados íntimos son el factor de cohesión del comunismo cubano. El criminal ejecutor de ese sistema, el PCC, separa a Cuba de un porvenir civilizado. Quiera Dios que esté sea el último congreso de un partido comunista en Cuba y que la democracia cubana, cuando llegué, tenga la sensatez de imitar los ejemplos de las democracias europeas en cuanto a partidos anti sistemas.
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